ALGUNAS CONFIDENCIAS HECHAS A BRUNO
Publiqué la novela contra mi voluntad. Los hechos (no los hechos editoriales sino
otros, más ambiguos) me confirmaron después aquel instintivo recelo. Durante
años debí sufrir el maleficio. Años de tortura. Qué fuerzas obraron sobre mí, no se
lo puedo explicar con exactitud; pero sin duda provenientes de ese territorio que
gobiernan los Ciegos, y que durante estos diez años convirtieron mi existencia en
un infierno, al que tuve que entregarme atado de pies y manos, cada día, al
despertar, como en una pesadilla al revés, sentida y aguantada con la lucidez del
que está plenamente despierto y con la desesperación del que sabe que nada
puede hacer para evitarlo. Y, para colmo, teniendo que guardarse para sí mismo los
horrores. Con razón, Madame Normand me escribió con pánico desde París, apenas
leyó la traducción: "Que vous avez touché un sujet dangereux! J'espére, pour vous,
que vous n'y toucherez jamais!"
Qué estúpido fui, qué débil.
En mayo de 1961 vino hasta mi casa Jacobo Muchnik a arrancarme (el verbo no es
excesivo) el compromiso de los originales. Yo me aferraba a aquellas páginas, en
buena parte escritas con temor, como si un instinto me estuviera advirtiendo los
peligros a que me exponía con su publicación. Más aún, y eso usted lo sabe,
infinidad de veces consideré que debería destruir el Informe sobre Ciegos, como en
otras ocasiones quemé fragmentos y hasta libros enteros que lo prefiguraban. Por
qué? Nunca lo he sabido. Siempre creí, y eso es lo que públicamente aduje, en
cierta propensión autodestructiva, la misma que me ha llevado a quemar la mayor
parte de todo lo que escribí a lo largo de mi vida. Le estoy hablando de ficciones.
Sólo publiqué dos novelas, de las cuales únicamente EL TÚNEL lo fue con toda
decisión, ya sea porque en aquel tiempo aún mantenía bastante candor, o porque el
instinto de conservación no era todavía suficientemente intenso, o, en fin, porque
en ese libro no penetraba a fondo en el continente prohibido: apenas si un
enigmático personaje (enigmático para mí, quiero decir) lo anunciaba de modo casi
imperceptible, como alguien que en un café dice palabras acaso fundamentales,
pero que se pierden en el ruido o entre otras al parecer más importantes.
Con todo, no le entregué aquel mismo día los originales. Día que recuerdo muy bien
por lo que luego le diré sobre mi cumpleaños. Muchnik no logró llevarse la obra,
pero se llevó mi compromiso, hecho delante de amigos que lo apoyaron, de
entregársela un mes más tarde, cuando hubiese rehecho ciertas páginas. Era una
manera de darme un respiro, una posibilidad de que la novela no entrase en la
máquina editorial.
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