Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
También en los demás hubo desconcierto, se miraron sin comprender. O
comprendiendo ya demasiado. Para ser elegido había que matar a las otras
cuatro parejas...
Favalli alzó la cabeza. Me miró como nunca lo hiciera antes. Enderezó los
hombros y avanzó.
—Me opongo —dijo con voz calma—. No mataré a otros hombres para
salvarme.
No sé cómo lo hice, avancé, me puse al lado de Favalli.
—También yo me opongo.
—¡Y nosotros! —otra pareja se adelantó.
Sin hablar, otras parejas nos imitaron. Más de una tercera parte se negaba a
tomar parte en la prueba.
—Ya viste lo que les pasó a los otros dos —el mano miró a Favalli con ojos
helados—. ¿Quieres que te pase lo mismo a ti? ¿A ti y a tu compañero?
—Acepto pelear contra el Enemigo si no hay otro remedio —Favalli contestó
con voz entera, aunque algo cansada—. Pero nunca mataré a otro hombre, a
sabiendas, para salvarme. Precisamente, si acepto pelear contra el Enemigo es
porque pienso que de alguna manera con ellos serviré al género humano. Pero
si el precio es luchar contra otros hombres, ya no puedo hacerlo.
—Bien, todos los que piensan como éste que se agrupen allí.
Un momento más y quedamos divididos en dos grupos. Por un lado los que
nos oponíamos a matar a otros hombres. Por el otro, los más, los que sólo
pensaban en su propia subsistencia...
—Bien... la selección se va simplificando...
El mano nos sonrió.
Extendió la mano sobre el teclado que tenía delante y hubo como una ola de
dedos apretando teclas.
Una luz en la antena.
Miré a Favalli. Sonreí también yo.
Más violenta la luz.
Un destello vivísimo.
Lentamente se fue apagando la luz.
Biblioteca de Videastudio – www.videa.com.ar