-Señor, lo que significa ir este caballero desta manera dígalo él, porque nosotros no
lo sabemos.
Oyó don Quijote la plática, y dijo:
-¿Por dicha vuestras mercedes, señores caballeros, son versados y peritos en esto
de la caballería andante? Porque si lo son, comunicaré con ellos mis desgracias; y si
no, no hay para qué me canse en decillas.
Y a este tiempo habían ya llegado el cura y el barbero, viendo que los caminantes
estaban en pláticas con don Quijote de la Mancha, para responder de modo que no
fuese descubierto su artificio.
El canónigo, a lo que don Quijote dijo, respondió:
-En verdad, hermano, que sé más de libros de caballerías que de las Súmulas de
Villalpando. Ansí que, si no está más que en esto, seguramente podéis comunicar
conmigo lo que quisiéredes.
-A la mano de Dios -replicó don Quijote-. Pues así es, quiero, señor caballero, que
sepades que yo voy encantado en esta jaula, por envidia y fraude de malos
encantadores; que la virtud más es perseguida de los malos que amada de los
buenos. Caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres jamás la fama
se acordó para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que, a despecho y
pesar de la mesma envidia, y de cuantos magos crió Persia, bracmanes la India,
ginosofistas la Etiopía, han de poner su nombre en el templo de la inmortalidad,
para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde los caballeros
andantes vean los pasos que han de seguir si quisieren llegar a la cumbre y alteza
honrosa de las armas.
-Dice verdad el señor don Quijote de la Mancha -dijo a esta sazón el cura- que él va
encantado en esta carreta, no por sus culpas y pecados, sino por la mala intención
de aquellos a quien la virtud enfada y la valentía enoja. Este es, señor, el Caballero
de la Triste Figura, si ya le oístes nombrar en algún tiempo; cuyas valerosas
hazañas y grandes hechos serán escritos en bronces duros y en eternos mármoles,
por más que se canse la envidia en escurecerlos y la malicia en ocultarlos.
Cuando el canónigo oyó hablar al preso y al libre en semejante estilo, estuvo por
hacerse la cruz de admirado, y no podía saber lo que le había acontecido; y en la
mesma admiración cayeron todos los que con él venían. En esto, Sancho Panza,
que se había acercado a oír la plática, para adobarlo todo, dijo:
-Ahora señores, quiéranme bien o quiéranme mal por lo que dijere, el caso de ello
es que así va encantado mi señor don Quijote como mi madre; él tiene su entero
juicio, él come y bebe y hace sus necesidades como los demás hombres, y como las
hacía ayer, antes que le enjaulasen. Siendo esto ansí, ¿cómo quieren hacerme a mí
entender que va encantado? Pues yo he oído decir a muchas personas que los
encantados ni comen, ni duermen, ni hablan, y mi amo, si no le van a la mano,
hablará más que treinta procuradores.
Y volviéndose a mirar al cura, prosiguió diciendo:
-¡Ah señor cura, señor cura! ¿Pensaba vuestra merced que no le conozco, y
pensara que yo no calo y adivino adónde se encaminan estos nuevos
encantamentos? Pues sepa que le conozco, por más que se encubra el rostro, y