intenso, una relación magnética. No estoy en condiciones de asegurar, sin embargo, que
este rapport se extendiera más allá de los límites del simple poder de provocar sueño; pero
el poder en sí mismo había alcanzado gran intensidad. El primer intento de producir
somnolencia magnética fue un absoluto fracaso para el mesmerista. El quinto o el sexto
tuvo un éxito parcial, conseguido después de largo y continuado esfuerzo. Sólo en el
duodécimo el triunfo fue completo. Después de éste la voluntad del paciente sucumbió
rápidamente a la del médico, de modo que, cuando los conocí, el sueño se producía casi de
inmediato por la simple voluntad del operador, aun cuando el enfermo no estuviera
enterado de su presencia. Sólo ahora, en el año 1845, cuando se comprueban diariamente
miles de milagros similares, me atrevo a referir esta aparente imposibilidad como un hecho
tan cierto como probado.
El temperamento de Bedloe era sensitivo, excitable y exaltado en el más alto grado. Su
imaginación se mostraba singularmente vigorosa y creadora, y sin duda sacaba fuerzas
adicionales del uso habitual de la morfina, que ingería en gran cantidad y sin la cual le
hubiera resultado imposible vivir. Era su costumbre tomar una dosis muy grande todas las
mañanas inmediatamente después del desayuno, o más bien después de una taza de café
cargado, pues no comía nada antes de mediodía, y luego salía, solo o acompañado por un
perro, en un largo paseo por la cadena de salvajes y sombrías colinas que se alzan hacia el
suroeste de Charlottesville y son honradas con el título de Montañas Escabrosas.
Un día oscuro, caliente, neblinoso de fines de noviembre, durante el extraño interregno
de las estaciones que en Norteamérica se llama verano indio, Mr. Bedloe partió, como de
costumbre, hacia las colinas. Transcurrió el día, y no volvió.
A eso de las ocho de la noche, ya seriamente alarmados por su prolongada ausencia,
estábamos a punto de salir