Test Drive | Page 89

—¡Ja, ja...! ¡Sí... el amontillado...! Pero... ¿no se está haciendo tarde? ¿No nos estarán esperando en el palazzo... mi esposa y los demás? ¡Vámonos! —Sí—dije—. Vámonos. —¡Por el amor de Dios, Montresor! —Sí —dije—. Por el amor de Dios. Esperé en vano la respuesta a mis palabras. Me impacienté y llamé en voz alta: —¡Fortunato! Silencio. Llamé otra vez. —¡Fortunato! No hubo respuesta. Pasé una antorcha por la abertura y la dejé caer dentro. Sólo me fue devuelto un tintinear de cascabeles. Sentí que una náusea me envolvía; su causa era la humedad de las catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo. Puse la última piedra en su sitio y la fijé con el mortero. Contra la nueva mampostería volví a alzar la antigua pila de huesos. Durante medio siglo, ningún mortal los ha perturbado. ¡Requiescat in pace!