»Entretanto, la brisa que nos había impulsado acababa de amainar por completo y
estábamos en una calma total, derivando hacia todos los rumbos. Pero esto no duró bastante
como para darnos tiempo a reflexionar. En menos de un minuto nos cayó encima la
tormenta, y en menos de dos el cielo quedó cubierto por completo; con esto, y con la
espuma de las olas que nos envolvía, todo se puso tan oscuro que no podíamos vernos unos
a otros en la cubierta.
»Sería una locura tratar de describir el huracán que siguió. Los más viejos marinos de
Noruega jamás conocieron nada parecido. Habíamos soltado todo el trapo antes de que el
viento nos alcanzara; pero, a su primer embate, los dos mástiles volaron por la borda como
si los hubiesen aserrado..., y uno de los palos se llevó consigo a mi hermano mayor, que se
había atado para mayor seguridad.
»Nuestra embarcación se convirtió en la más liviana pluma que jamás flotó en el agua.
El queche tenía un puente totalmente cerrado, con sólo una pequeña escotilla cerca de proa,
que acostumbrábamos cerrar y asegurar cuando íbamos a cruzar el Ström, por precaución
contra el mar picado. De no haber sido por esta circunstancia, hubiéramos zozobrado
instantáneamente, pues durante un momento quedamos sumergidos por completo. Cómo
escapó a la muerte mi hermano mayor no puedo decirlo, pues jamás se me presentó la
oportunidad de averiguarlo. Por mi parte, tan pronto hube soltado el trinquete, me tiré boca
abajo en el puente, con l