color tan parecido a la tinta que me recordaron la descripción que hace el geógrafo nubio
del Mare Tenebrarum. Ninguna imaginación humana podría concebir panorama más
lamentablemente desolado. A derecha e izquierda, y hasta donde podía alcanzar la mirada,
se tendían, como murallas del mundo cadenas de acantilados horriblemente negros y
colgantes, cuyo lúgubre aspecto veíase reforzado por la resaca, que rompía contra ellos su
blanca y lívida cresta, aullando y rugiendo eternamente. Opuesta al promontorio sobre cuya
cima nos hallábamos, y a unas cinco o seis millas dentro del mar, advertíase una pequeña
isla de aspecto desértico; quizá sea más adecuado decir que su posición se adivinaba gracias
a las salvajes rompientes que la envolvían. Unas dos millas más cerca alzábase otra isla más
pequeña, horriblemente escarpada y estéril, rodeada en varias partes por amontonamientos
de oscuras rocas.
En el espacio comprendido entre la mayor de las islas y la costa, el océano presentaba
un aspecto completamente fuera de lo común. En aquel momento soplaba un viento tan
fuerte en dirección a tierra, que un bergantín que navegaba mar afuera se mantenía a la capa
con dos rizos en la vela mayor, mientras la quilla se hundía a cada momento hasta perderse
de vista; no obstante, el espacio a que he aludido no mostraba nada que semejara un oleaje
embravecido, sino tan sólo un breve, rápido y furioso embate del agua en todas direcciones,
tanto frente al viento como hacia otros lados. Tampoco se advertía espuma, salvo en la
proximidad inmediata de las rocas.
—La isla más alejada —continuó el anciano— es la que los noruegos llaman Vurrgh.
La que se halla a mitad de camino es Moskoe. A una milla al norte verá la de Ambaaren.
Más allá se encuentran Islesen, Hotholm, Keildhelm, Suarven y Buckholm. Aún más allá
—entre Moskoe y Vurrgh— están Otterholm, Flimen, Sandflesen y Stockholm. Tales son
los verdaderos nombres de estos sitios; pero... ¿qué necesidad había de darles nombres? No
lo sé, y supongo que usted tampoco... ¿Oye alguna cosa? ¿Nota algún cambio en el agua?
Llevábamos ya unos diez minutos en lo alto del Helseggen, al cual habíamos ascendido
viniendo desde el interior de Lofoden, de modo que no habíamos visto ni una sola vez el
mar hasta que se presentó de golpe al arribar a la cima. Mientras el anciano me hablaba,
percibí un sonido potente y que crecía por momentos, algo como el mugir de un enorme
rebaño de búfalos en una pradera americana; y en el mismo momento reparé en que el
estado del océano a nuestros pies, que correspondía a lo que los marinos llaman picado, se
estaba transformando rápidamente en una corriente orientada hacia el este. Mientras la
seguía mirando, aquella corriente adquirió una velocidad monstruosa. A cada instante su
rapidez y su desatada impetuosidad iban en aumento. Cinco minutos después, todo el mar
hasta Vurrgh hervía de cólera incontrolable, pero donde esa rabia alcanzaba su ápice era
entre Moskoe y la costa. Allí, la vasta superficie del agua se abría y trazaba en mil canales
antagónicos, reventaba bruscamente en una convulsión frenética —encrespándose,
hirviendo, silbando— y giraba en gigantescos e innumerables vórtices, y todo aquello se
atorbellinaba y corría hacia el este con una rapidez que el agua no adquiere en ninguna otra
parte, como no sea el caer en un precipicio.
En pocos minutos más, una nueva y radical alteración apareció en escena. La superficie
del agua se fue nivelando un tanto y los remolinos desaparecieron uno tras otro, mientras
prodigiosas fajas de espuma surgían allí donde antes no había nada. A la larga, y luego de
dispersarse a una gran distancia, aquellas fajas se combinaron unas con otras y adquirieron
el movimiento giratorio de los desaparecidos remolinos, como si constituyeran el germen
de otro más vasto. De pronto, instantáneamente, todo asumió una realidad clara y definida,
formando un círculo cuyo diámetro pasaba de una milla. El borde del remolino estaba