Un descenso al Maelström
Los caminos de Dios en la naturaleza y en
la providencia no son como nuestros caminos;
y nuestras obras no pueden compararse en
modo alguno con la vastedad, la profundidad y
la inescrutabilidad de Sus obras, que contienen
en sí mismas una profundidad mayor que la del
pozo de Demócrito.
(JOSEPH GLANVILL)
Habíamos alcanzado la cumbre del despeñadero más elevado. Durante algunos
minutos, el anciano pareció demasiado fatigado para hablar.
—Hasta no hace mucho tiempo —dijo, por fin— podría haberlo guiado en este ascenso
tan bien como el más joven de mis hijos. Pero, hace unos tres años, me ocurrió algo que
jamás le ha ocurrido a otro mortal... o, por lo menos, a alguien que haya alcanzado a
sobrevivir para contarlo; y las seis horas de terror mortal que soporté me han destrozado el
cuerpo y el alma. Usted ha de creerme muy viejo, pero no lo soy. Bastó algo menos de un
día para que estos cabellos, negros como el azabache, se volvieran blancos; debilitáronse
mis miembros, y tan frágiles quedaron mis nervios, que tiemblo al menor esfuerzo y me
asusto de una sombra. ¿Creerá usted que apenas puedo mirar desde este pequeño acantilado
sin sentir vértigo?
El «pequeño acantilado», a cuyo borde se había tendido a descansar con tanta
negligencia que la parte más pesada de su cuerpo sobresalía del mismo, mientras se cuidaba
de una caída apoyando el codo en la resbalosa arista del borde; el «pequeño acantilado»,
digo, alzábase formando un precipicio de negra roca reluciente, de mil quinientos o mil
seiscientos pies, sobre la multitud de despeñaderos situados más abajo. Nada hubiera
podido inducirme a tomar posición a menos de seis yardas de aquel borde. A decir verdad,
tanto me impresionó la peligrosa postura de mi compañero que caí en tierra cuan largo era,
me aferré a los arbustos que me rodeaban y no me atreví siquiera a mirar hacia el cielo,
mientras luchaba por rechazar la idea de que la furia de los vientos amenazaba sacudir los
cimientos de aquella montaña. Pasó largo rato antes de que pudiera reunir coraje suficiente
para sentarme y mirar a la distancia.
—Debe usted curarse de esas fantasías —dijo el guía—, ya que lo he traído para que
tenga desde aquí la mejor vista del lugar donde ocurrió el episodio que mencioné antes... y
para contarle toda la historia con su escenario presente.
«Nos hallamos —agregó, con la manera minuciosa que lo distinguía—, nos hallamos
muy cerca de la costa de Noruega, a los sesenta y ocho grados de latitud, en la gran
provincia de Nordland, y en el distrito de Lodofen. La montaña cuya cima acabamos de
escalar es Helseggen, la Nebulosa. Enderécese us Y[