ingresar a los quince años en la oficina de lo que él llamaba «un respetable comerciante y
comisionista en ferretería, que hace excelentes negocios». ¡Excelentes negocios!
¡Excelentes disparates, diría yo! Como consecuencia de esta locura, tuve que volverme dos
o tres días después a casa de mi obtusa familia, víctima de un acceso de fiebre y sufriendo
los más violentos y peligrosos dolores en la coronilla, vale decir, alrededor de mi órgano
del orden. Estuve entre la vida y la muerte durante seis semanas, y los médicos me
desahuciaban. Pero, aunque sufrí mucho, quedé muy agradecido. Me había salvado de
convertirme en un «respetable comerciante y comisionista en ferretería, que haría
excelentes negocios», y bendije la protuberancia que había coadyuvado a mi salvación, así
como a la bondadosa mujer que había puesto dicho medio a mi alcance.
La mayoría de los chicos se escapan de su casa entre los diez y los doce años, pero yo
esperé hasta los dieciséis. Y ni siquiera creo que me hubiese ido, de no oír hablar a mi
madre sobre un proyecto de instalarme por mi cuenta con un negocio de almacén. ¡Un
negocio de almacén! ¡Nada menos! Inm VF