Estaba Sir Paradoja Positiva. Hizo notar que todos los locos eran filósofos, y que todos
los filósofos eran locos.
Estaba Ético Estético. Habló del fuego, la unidad y los átomos; del alma bipartita y
preexistente; de la afinidad y la discordia; de la inteligencia primitiva y las homeomerías.
Estaba Teología Teólogo. Habló de Eusebio y de Arrio; de la herejía y el concilio de
Nicea, del puseyismo y el consustancialismo, del homousios y del homouioisios.
Estaba Fricassée del Rocher de Cancale. Mencionó el muritón de lengua roja, las
coliflores con salsa velouté, la ternera à la St. Menehoult, la marinada à la St. Florentin y
las jaleas de naranjas en mosaïques.
Estaba Bíbulo O’Barril. Se refirió al Latour y al Markbrünnen, al Mousseux y al
Chambertin, al Richbourg y al St. George, al Haubrion, Leonville y Medoc, al Barac y al
Preignac, al Grâve y al Sauternes, al Lafitte, al St. Peray. Meneó la cabeza ante el Clos de
Vougeot, y, cerrando los ojos, nos dijo la diferencia que hay entre el jerez y el amontillado.
Estaba el Signor Tintontintino, de Florencia. Disertó sobre Cimabue, Arpino, Carpacio
y Argostino, de la melancolía de Caravaggio, de la amenidad de Albano, de los colores de
Tiziano, de las damas de Rubens y de las bufonadas de Jan Steen.
Estaba el Presidente de la Universidad de Fum-Fudge. Manifestó la opinión de que la
luna se llama Bendis en Tracia, Bubastis en Egipto, Diana en Roma y Artemisa en Grecia.
Había un Gran Turco procedente de Estambul. No podía impedirse pensar que los
ángeles eran caballos, gallos y otros; que alguien en el sexto cielo tenía setenta mil cabezas,
y que la tierra estaba sostenida por una vaca color celeste, con incalculable cantidad de
cuernos verdes.
Estaba Poligloto Delfino. Nos dijo lo que les había ocurrido a las ochenta y tres
tragedias perdidas de Esquilo, a las cincuenta y cuatro oraciones de Iseo, a los trescientos
noventa y un discursos de Lisias, a los ciento ochenta tratados de Teofrasto, al octavo libro
del tratado de las secciones cónicas de Apolonio, a los himnos y ditirambos de Píndaro y a
las cuarenta y cinco tragedias de Homero (hijo).
Estaban Ferdinando Fitz Feldespato Fósilus. Nos informó de todo lo concerniente a los
fuegos internos y las formaciones terciarias; sobre aeriformes, fluidiformes y solidiformes;
sobre cuarzo y marga, esquisto y turmalina; sobre yeso y roca trapeana, talco y cal, blenda
y hornablenda; sobre la mica y la piedra pómez, la cianita y la lepidolita; sobre la hematita
y la tremolita, el antimonio y la calcedonia; sobre el manganeso, y todo lo que usted quiera.
Estaba yo. Hablé de mí. De mí, de mí, de mí. De la Nasología, de mi folleto y de mí.
Levanté la nariz y hablé de mí.
—¡Qué maravillosa inteligencia! —dijo el príncipe.
—¡Soberbia! —dijeron sus huéspedes. Y a la mañana siguiente recibí la visita de su
Gracia la duquesa Fulana.
—¿Irá usted al Salón de Almack, encantadora criatura? —me dijo, dándome unos
golpecitos en el mentón.
—Por mi honor... iré —dije.
—¿Con nariz y todo? —preguntó.
—Como que estoy vivo —dije.
—Pues bien, vida mía, aquí tiene mi tarjeta. ¿Puedo decir que estará usted presente?
—Querida duquesa, de todo corazón.
—¡Bah, no me interesa el corazón! Diga, más bien: «De toda nariz».
—Cada trocito de ella, amor mío —dije; y luego de retorcerme una o dos veces la
nariz, me encontré en el Salón de Almack.