Test Drive | Page 537

—¡Pensador profundo! —dijo el Dublin. —¡Grande hombre! —dijo el Bentley. —¡Alma divina! —dijo el Fraser. —¡Uno de los nuestros! —dijo el Blackwood. —¿Quién podrá ser? —dijo la señora Marisabidilla. —¿Quién podrá ser? —dijo la primera señorita Marisabidilla. —¿Quién podrá ser? —dijo la segunda señorita Marisabidilla. Pero yo no prestaba atención a esas gentes. Todo lo que hice fue entrar en el estudio de un artista. La duquesa Fulana posaba para su retrato. El marqués Mengano se ocupaba del perrito de la duquesa. El conde de Zutano jugaba con sus Frasquitos de sales. Su Alteza Real Perengano inclinábase sobre la silla de la duquesa. Acerquéme al artista y levantó la nariz. —¡Oh, cuan hermosa! —suspiró su Gracia. —¡Oh, rayos! —susurró el marqués. —¡Oh, qué repugnante! —gruñó el conde. —¡Oh, qué abominable! —bramó su Alteza Real. —¿Cuánto quiere usted? —preguntó el artista. —¡Por su nariz! —gritó su Gracia. —Mil libras —dije, tomando asiento. —¿Mil libras? —repitió el artista, pensativo. —Mil libras —dije. —¡Hermosa! —murmuró él, extático. —Mil libras —dije. —¿La garantiza usted? —preguntó, colocándola de modo que le diera la luz. —La garantizo —contesté, soplando con fuerza por ella. —¿Es completamente original? —inquirió, tocándola con reverencia. —¡Hum! —dije, retorciéndola. —¿No se han sacado copias de ella? —interrogó, examinándola con un microscopio. —Ninguna —dije, alzándola. —¡Admirable! —pronunció, tomado completamente de sorpresa ante la belleza de la maniobra. —Mil libras—dije. —¿Mil libras? —dijo él. —Precisamente —dije. —¿Mil libras? —dijo él. —En efecto —dije. —Las tendrá usted —declaró e l artista—. ¡Qué pieza tan perfecta! Me entregó un cheque de inmediato y se puso a dibujar mi nariz. Alquilé un departamento en la calle Jermyn y envié a Su Majestad la nonagesimonovena edición de mi Nasología, con un retrato de la proboscis. Aquel pobre insignificante libertino, el Príncipe de Gales, me invitó a cenar. Todos éramos «leones» y recherchés. Había un platónico moderno. Citó a Porfirio, a Yámblico, a Plotino, a Proclo, a Hierocles, a Máximo Tirio y a Siriano. Había un defensor de la perfectibilidad humana. Citó a Turgot, a Price, a Priestley, a Condorcet, a De Staël y al «Estudiante Ambicioso de Mala Salud».