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palo en la cabeza, la aplaste un ómnibus, la muerda un perro hidrófobo o se ahogue en una alcantarilla. Pero sigamos adelante. »Una vez elegido el tema, corresponde considerar el tono o manera de su narración. Tenemos el tono didáctico, el tono entusiasta, el tono natural... pero todos ellos son bastante vulgares. Encontramos también el tono lacónico o cortante, que se emplea mucho en los últimos tiempos. Consiste en frases breves, algo así como: Imposible ser más breve. Ni más seco. Dos palabras y punto y aparte. Nunca párrafos largos. «Tenernos luego el tono elevado, difusivo e interjeccional. Varios de nuestros mejores novelistas patrocinan este tono. Las palabras deben ser como un torbellino, como un trompo zumbador, y sonarán a la manera de este último, lo cual reemplaza ventajosamente el que no tengan ningún sentido. Cuando un escritor se halla demasiado apurado para detenerse a pensar, éste es el mejor de todos los estilos. »También el tono metafísico es excelente. Si conoce usted algunas palabras retumbantes, ha llegado el momento de emplearlas. Hable de las escuelas jónica y eleática, de Arquitas, Gorgias y Alcmeón. Diga algo sobre la objetividad y la subjetividad. No tenga miedo e insulte a un individuo llamado Locke. Mire desdeñosamente las cosas en general y, cuando se le escape alguna frase demasiado absurda, no se tome la molestia de borrarla; bastará con agregar una nota al pie, diciendo que debe dicha profunda observación a la Kritik der reinen Vernunft o a la Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft. Esto parecerá erudito y... y franco. »Hay varios otros tonos igualmente célebres, pero sólo mencionaré dos: el tono trascendental y el tono heterogéneo. En el primero, el mérito consiste en ver mucho más allá que cualquier otro en la naturaleza de las cosas. Esta doble vista es sumamente útil si se la maneja bien. La lectura del Dial la ayudará bastante para ello. Evite, en este caso, las grandes palabras; elí