son cosas demasiado insignificantes para causar sensación en Epidafne.
—¡Qué tumulto tan extraordinario se escucha! ¡Un ruido terrible, aun para Antioquía!
Sin duda ocurre cosa fuera de lo común.
—Así es. El rey ha dispuesto algún nuevo espectáculo: una exhibición de gladiadores
en el hipódromo, quizá la matanza de los prisioneros escitas, el incendio de su nuevo
palacio, la demolición de algún hermoso templo... o quizá una hoguera alimentada por
algunos judíos. El rumor aumenta. Gritos y carcajadas ascienden a los cielos. El aire se
conmueve con la estridencia de los instrumentos de viento y el horrible clamoreo de un
millón de gargantas. ¡Bajemos, en nombre de la diversión, y veamos qué pasa! ¡Por ahí...
cuidado! Ya estamos en la calle principal, llamada calle de Timarco. Un mar de gente se
acerca y difícil nos será remontar la corriente. La multitud se derrama por la calle de
Heráclides, que nace directamente en palacio... Es de suponer entonces que el rey se
encuentra entre los alborotadores. ¡Sí, oigo los gritos de los heraldos, anunciando su llegada
con la pomposa fraseología del Oriente! Podremos echar una ojeada a su persona cuando
pase frente al templo de Ashimah. Refugiémonos en el vestíbulo del santuario; no tardará
en llegar. Entretanto, examinemos esta imagen. ¿Qué es? ¡Oh, el dios Ashimah en persona!
Advertirá usted que no se trata ni de un cordero, ni de un chivo, ni de un sátiro; tampoco se
parece gran cosa al Pan de los árcades. Y, sin embargo, todas estas apariencias han sido
asignadas... ¡oh, perdón: serán asignadas!, por los sabios de los tiempos venideros al
Ashimah de los sirios. Póngase los anteojos y dígame qué es. ¿Qué es?
—¡Dios me bendiga! ¡Un mono!
—Exacto: un mandril. Pero no por eso deja de ser una deidad. Su nombre deriva del
griego Simia... ¡Ah, qué grandes tontos son los arqueólogos! ¡Pero... vea! ¡Ese pequeño
vagabundo que corre allí! ¿A dónde va? ¿Y qué vocifera? ¿Qué dice? ¡Oh! Dice que el rey
viene en triunfo, que está vestido con traje de ceremonia y que acaba de quitar la vida con
su propia mano a mil prisioneros israelitas encadenados. ¡Y el canalla lo ensalza hasta los
cielos por esa hazaña! ¡Atención! ¡Viene una turba igualmente desastrada! Han compuesto
un himno en latín sobre el valor del rey, y lo cantan mientras desfilan.
Mille, mille, mille,
Mille, mille, mille,
Decollavimus, unus homo!
Mille, mille, mille, mille, decollavimus!
Mille, mille, mille,
Vivat qui mille mille occidit!
Tantum vini habet nemo
Quantum sanguinis effudit!109.
Lo cual puede parafrasearse así:
¡Mil, mil, mil,
Mil, mil, mil,
Con un solo guerrero degollamos a mil!
¡Mil, mil, mil, mil!
109
Flavio Vospicus cuenta que este himno fue cantado por el populacho luego que Aureliano, en la guerra
contra los sármatas, hubo matado con su propia mano novecientos cincuenta enemigos.