sotana por un levitón, se encargó de guiar el carruaje que llevaba a «la feliz pareja» en su
viaje de bodas. Talbot se había instalado junto a él. Los dos miserables estaban metidos
hasta el fondo en aquella burla y, por una rendija de la ventana del saloncito de la posada,
divirtiéronse la mar presenciando el dénouement del drama. Me temo que tendré que
desafiarlos a ambos.
De todas maneras, no soy el marido de mi tatarabuela, cosa que me produce un
inmenso alivio con sólo pensarlo; pero, en cambio, soy el marido de Madame Lalande... de
Madame Stéphanie Lalande, con la cual mi excelente y anciana parienta se ha tomado el
trabajo de unirme para siempre, aparte de declararme su heredero universal cuando muera
(si es que muere alguna vez). En resumen: jamás volveré a tener nada que ver con billets
doux, y dondequiera que se me encuentre, andaré con ANTEOJOS.