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puerta de la posada principal. Ayudé a salir a mi adorada esposa y ordené inmediatamente el desayuno. Entretanto fuimos conducidos a un saloncito y nos sentamos. Amanecía ya y pronto sería la mañana. Mientras contemplaba arrobado al ángel que tenía junto a mí, se me ocurrió de golpe la singular idea de que era aquélla la primera vez, desde que conociera la celebrada belleza de Madame Lalande, que podía contemplar aquella hermosura a plena luz del día. —Y ahora, mon ami —dijo ella, tomándome la mano e interrumpiendo mis reflexiones—, puesto que estamos indisolublemente unidos, puesto que he cedido a sus apasionados ruegos y cumplido mi parte de nuestro convenio... espero que no olvidará usted que también le queda por cumplir un pequeño favor, una promesa. ¡Ah, vamos! ¡Déjeme recordar! Pues sí, me acuerdo perfectamente de las palabras con las cuales hizo anoche una promesa a su Eugènie. Dijo usted así: «¡Acepto... acepto de todo corazón! Sacrifico cualquier sentimiento por usted. Esta noche llevaré estos gemelos sobre mi corazón... como gemelos; pero con las primeras luces de esa mañana que me proporcione la felicidad de llamarla mi esposa... habré de colocarlos sobre mi... sobre mi nariz... y usarlos desde entonces en la forma que usted lo desea, menos a la moda y menos romántica, cierto, pero mucho más útil para mí...» Tales fueron sus exactas palabras, ¿no es así, queridísimo esposo? —Tales fueron, en efecto —repuse—, y veo que tiene usted una excelente memoria. Lejos de mí, querida Eugènie, faltar al cumplimiento de la insignificante promesa. Pues bien... ¡vea! ¡Contemple! Me quedan bien, ¿no es cierto? Y luego de preparar los cristales en su forma ordinaria de anteojos, me los apliqué rápidamente, mientras Madame Simpson, ajustándose la toca y cruzándose de brazos, sentábase muy derecha en una silla, en una actitud tan rígida como estirada, que incluso cabía considerar indecorosa. —¡Que el cielo me asista! —grité, en el instante mismo en que el puente de los anteojos se hubo posado en mi nariz—. ¡Dios mío! ¿Qué les ocurre a estos cristales? Y, luego de quitármelos rápidamente, me puse a limpiarlos con un pañuelo de seda y me los ajusté otra vez. Pero si en la primera ocasión había ocurrido algo capaz de sorprenderme, esta vez la sorp