Test Drive | Page 398

de no haber sido porque el sonido contenía silabas y palabras. Por lo general, no soy muy nervioso, y los pocos vasos de Laffitte que había saboreado sirvieron para darme aún más coraje, por lo cual alcé los ojos con toda calma y los pasee por la habitación en busca del intruso. No vi a nadie. —¡Humf! —continuó la voz, mientras seguía yo mirando—. ¡Debe de estar más borracho que un cerdo, si no me ve sentado a su lado! Esto me indujo a mirar inmediatamente delante de mis narices y, en efecto, sentado en la parte opuesta de la mesa vi a un estrambótico personaje del que, sin embargo, trataré de dar alguna descripción. Tenía por cuerpo un barril de vino, o una pipa de ron, o algo por el estilo que le daba un perfecto aire a lo Falstaff. A modo de extremidades inferiores tenía dos cuñetes que parecían servirle de piernas. De la parte superior del cuerpo le salían, a guisa de brazos, dos largas botellas cuyos cuellos formaban las manos. La cabeza de aquel monstruo estaba formada por una especie de cantimplora como las que se usan en Hesse y que parecen grandes tabaqueras con un agujero en mitad de la tapa. Esta cantimplora (que tenía un embudo en lo alto, a modo de gorro echado sobre los ojos) se hallaba colocada sobre aquel tonel, de modo que el agujero miraba hacia mí; y por dicho agujero, que parecía fruncirse en un mohín propio de una solterona ceremoniosa, el monstruo emitía ciertos sonidos retumbantes y ciertos gruñidos que, por lo visto, respondían a su idea de un lenguaje inteligible. —Digo —repitió— que debe de estar más borracho que un cerdo para no verme sentado a su lado. Y digo también que debe ser más estúpido que un ganso para no creer lo que está impreso en el diario. Es la ferdad... toda la ferdad... cada palabra. —¿Quién es usted, si puede saberse? —pregunté con mucha dignidad, aunque un tanto perplejo—. ¿Cómo ha entrado en mi casa? ¿Y qué significan sus palabras? —Cómo he entrado aquí no es asunto suyo —replicó la figura—; en cuanto a mis palabras, yo hablo de lo que me da la gana; y he fenido aquí brecisamente para que sepa quién soy. —Usted no es más que un vagabundo borracho —dije—. Voy a llamar para que mi lacayo lo eche a puntapiés a la calle. —¡Ja, ja! —rió el individuo—. ¡Ju, ju, ju! ¡Imposible que haga eso! —¿Imposible? —pregunté—. ¿Qué quiere decir? —Toque la gambanilla —me desafió, esbozando una risita socarrona con su extraña y condenada boca. Al oír esto me esforcé por enderezarme, a fin de llevar a ejecución mi amenaza, pero entonces el miserable se inclinó con toda deliberación sobre la mesa y me dio en mitad del cráneo con el cuello de una de las largas botellas, haciéndome caer otra vez en el sillón del cual acababa de incorporarme. Me quedé profundamente estupefacto y por un instante no supe qué hacer. Entretanto, él seguía con su chachara. —¿Ha visto? Es mejor que se quede quieto. Y ahora sabrá quién soy. ¡Míreme! ¡Fea! Yo soy el Ángel de lo Singular. —¡Vaya si es singular! —me aventuré a replicar—. Pero siempre he vivido bajo la impresión de que un ángel tenía alas. —¡Alas! —gritó, furibundo—. ¿Y bara qué quiero las alas? ¿Me doma usted por un bollo? —¡Oh» no, ciertamente! —me apresuré a decir muy alarmado—. ¡No, no tiene usted nada de pollo! —Pueno, entonces quédese sentado y bórlese pien, o le begaré de nuevo con el baño. El