el agua de ébano, que la absorbió en su negrura. Y una y otra vez repitió el circuito de la
isla (mientras el sol se precipitaba hacia su lecho), y cada vez que surgía en la luz había
más pesar en su figura, cada vez más débil, más abatida, más indistinta; y a cada paso hacia
la tiniebla desprendíase de ella una sombra más oscura, que se hundía en una sombra más
negra. Pero, al fin, cuando el sol hubo desaparecido totalmente, el hada, ahora simple
espectro de sí misma, se dirigió desconsolada con su bote a la región de la corriente de
ébano y, si salió de allí, no puedo decirlo, pues la oscuridad cayó sobre todas las cosas y
nunca más contemplé su mágica figura.