costa a costa. Con un viento semejante el vasto Atlántico se convierte en un mero lago.
»En este momento lo que más me impresiona es el supremo silencio que reina en el
mar por debajo de nosotros, a pesar de su gran agitación. Las aguas no hacen oír su voz a
los cielos. El inmenso océano llameante se retuerce y sufre su tortura sin quejarse. Las
crestas montañosas sugieren la idea de innumerables demonios gigantescos y mudos, que
luchan en una imponente agonía. En una noche como ésta, un hombre vive, vive un siglo
entero de vida ordinaria; y no cambiaría yo esta arrebatadora delicia por todo ese siglo de
vida común.
»Domingo 7 (Diario de Mr. Mason).- A las diez de la mañana la galerna amainó hasta
convertirse en un viento de ocho o nueve nudos (con respecto a un barco en alta mar),
llevándonos a una velocidad de unas treinta millas horarias. El viento ha girado
considerablemente hacia el norte, y ahora, a la puesta del sol, mantenemos nuestro rumbo
hacia el oeste gracias al gobernalle y a la hélice, que cumplen sus tareas de manera
admirable. Considero que mi mecanismo ha tenido el mejor de los éxitos, y la navegación
aérea hacia cualquier rumbo (y no a merced de los vientos) deja de ser un problema. Cierto
es que no hubiéramos podido volar en contra del fuerte viento de ayer, pero, en cambio,
ascendiendo, hubiésemos escapado a su influencia de haber sido ello necesario. Estoy
convencido de que con ayuda de la hélice podríamos avanzar contra un viento bastante
intenso. A mediodía alcanzamos una altura de 25.000 pies, luego de arrojar lastre.
Buscábamos una corriente de aire más directa, pero no hallamos ninguna tan favorable
como la que seguimos ahora. Tenemos abundante provisión de gas para cruzar este
insignificante charco, aunque el viaje nos lleve tres semanas. El resultado final no me
inspira el más mínimo temor. Las dificultades de la empresa han sido extrañamente
exageradas y mal entendidas. Puedo elegir mi viento más favorable y, en caso de que todos
los vientos fuesen contrarios, la hélice me permitiría seguir adelante. No ha habido ningún
incidente digno de mención. La noche se anuncia muy serena.
»P. S. (por Mr. Ainsworth).- Poco tengo que anotar, salvo que, para mi sorpresa, a una
altura igual a la del Cotopaxi no he sentido ni mucho frío, ni dificultad respiratoria o
jaqueca. Todos mis compañeros coinciden conmigo; tan sólo Mr. Osborne se quejó de
cierta opresión en los pulmones, pero pronto se le pasó. Hemos volado a gran velocidad
durante el día y debemos hallarnos a más de la mitad del Atlántico. Pasamos sobre veinte o
treinta navíos de diversos tipos, y todos ellos se mostraron jubilosamente asombrados.
Cruzar el océano en globo no es, después de todo, una hazaña tan ardua. Omne ignotum pro
magnifico. Detalle interesante: a 25.000 pies de altura el cielo parece casi negro y las
estrellas se ven con toda claridad; en cuanto al mar, no aparece convexo, como podría
suponerse, sino total y absolutamente cóncavo73.
»Lunes 8 (Diario de Mr. Mason).- Esta mañana volvimos a tener algunas dificultades
73
Mr. Ainsworth no se ha ocupado de explicar este fenómeno, que puede, sin embargo, ser fácilmente
aclarado. Una línea tendida desde una elevación de 25.000 pies perpendicularmente a la superficie de la tierra
(o el mar) formaría el cateto vertical de un triángulo rectángulo, cuya base se extendería desde el ángulo recto
hasta el horizonte, y la hipotenusa desde el horizonte hasta el globo. Pero 25.000 pies de altitud son nada o
poco menos comparados con la extensión de la perspectiva. En otras palabras, la base y la hipotenusa del
supuesto triángulo resultarían tan extensos, comparados con la perpendicular, que podría considerárselas
como casi paralelas. De esta manera el horizonte del aeronauta se mostraría al nivel de la barquilla. Pero como
el punto situado inmediatamente por debajo de