explicarse con referencia a las posibles perturbaciones geológicas a las cuales ya me he
referido.
»Sea como fuere, estaba muy cerca del planeta, bajando a una velocidad terrible. No
perdí un instante, pues, en tirar por la borda el lastre, luego los cuñetes de agua, el aparato
condensador y la cámara de caucho, y por fin todo lo que contenía la barquilla. Pero de
nada me sirvió. Continuaba descendiendo a una terrible velocidad y me hallaba apenas a
media milla del suelo. Como último recurso, y después de arrojar mi chaqueta, sombrero y
botas, acabé cortando la barquilla misma, que era sumamente pesada; y así, colgado con
ambas manos de la red tuve apenas tiempo de observar que toda la región hasta donde
alcanzaban mis miradas estaba densamente poblada de pequeñas construcciones, antes de
caer de cabeza en el corazón de una fantástica ciudad, en el centro de una enorme multitud
de pequeños y feísimos seres que, en vez de preocuparse en lo más mínimo por auxiliarme,
se quedaron como un montón de idiotas, sonriendo de la manera más ridícula y mirando de
reojo al globo y a mí mismo. Alejándome desdeñosamente de ellos, alcé los ojos al cielo
para contemplar la tierra que tan poco antes había abandonado, acaso para siempre, y la vi
como un enorme y sombrío escudo de bronce, de dos grados de diámetro, inmóvil en el
cielo y guarnecida en uno de sus bordes con una medialuna del oro más brillante. Imposible
descubrir la más leve señal de continentes o mares; el globo aparecía lleno de manchas
variables, y se advertían, como si fuesen fajas, las zonas tropicales y ecuatoriales.
»Así, con permiso de vuestras Excelencias, luego de una serie de grandes angustias,
peligros jamás oídos y escapatorias sin paralelo, llegué por fin sano y salvo, a los
diecinueve días de mi partida de Rotterdam, al fin del más extraordinario de los viajes, y el
más memorable jamás cumplido, comprendido o imaginado por ningún habitante de la
tierra. Pero mis aventuras están aún por relatar. Y bien imaginarán vuestras Excelencias
que, después de una residencia de cinco años en un planeta no sólo muy interesante por sus
características propias, sino doblemente interesante por su íntima conexión, en calidad de
satélite, con el mundo habitado por el hombre, me hallo en posesión de conocimientos
destinados confidencialmente al Colegio de Astrónomos del Estado, y harto más importante
que los detalles, por maravillosos que sean, del viaje tan felizmente concluido.
»He aquí, en una palabra, la cuestión. Tengo muchas, muchísimas cosas que daría a
conocer con el mayor gusto; mucho que decir del clima del planeta, de sus maravillosas
alternancias de calor y frío, de la ardiente y despiadada luz solar que dura una quincena, y
la frigidez más que polar que domina en la siguiente; del constante traspaso de humedad,
por destilación semejante a la que se practica al vacío, desde el punto situado debajo del sol
al punto más alejado del mismo; de una zona variable de agua corriente; de las gentes en sí;
de sus maneras, costumbres e instituciones políticas; de su peculiar constitución física; de
su fealdad, de su falta de orejas, apéndices inútiles en una atmósfera a tal punto modificada;
de su consiguiente ignorancia del uso y las propiedades del lenguaje; de sus ingeniosos
medios de intercomunicación, que lo reemplazan; de la incomprensible conexión entre cada
individuo de la luna con algún individuo de la tierra, conexión análoga y sometida a la de
las esferas del planeta y el satélite, y por medio de la cual la vida y los destinos de los
habitantes del uno están entretejidos con la vida y los destinos de los habitantes del otro; y,
por sobre todo, con permiso de Vuestras Excelencias, de los negros y horrendos misterios
existentes en las regiones exteriores de la luna, regiones que, debido a la casi milagrosa
concordancia de la rotación del satélite sobre su eje con su revolución sideral en torno a la
tierra, jamás han sido expuestas, y nunca lo serán si Dios quiere, al escrutinio de los
telescopios humanos. Todo esto y más, mucho más, me sería grato detallar. Pero, para ser