un pañuelo de bolsillo. El pañuelo ostentaba el nombre “Marie Rogêt”. En las zarzas
aparecían jirones de ropas. La tierra estaba pisoteada, rotas las ramas y no cabía duda de
que había tenido lugar una violenta lucha.
»No obstante el entusiasmo con que la prensa recibió el descubrimiento de este soto y
la unanimidad con que aceptó que se trataba del escenario del atentado, preciso es admitir
la existencia de muy serios motivos de duda. Puedo o no creer que ése sea el escenario,
pero insisto en que hay muchos motivos de duda. Si, como lo sugiere Le Commerciel, el
verdadero escenario se encontrara en las vecindades de la rue Pavee St. André y los
perpetradores del crimen se hallaran todavía en París, éstos debieron quedarse aterrados al
ver que la atención pública era orientada con tanta agudeza por la buena senda. Cierto tipo
de inteligencia no habría tardado en advertir la urgente necesidad de dar un paso que
volviera a desviar la atención. Y puesto que el soto de la Barrière du Roule había ya dado
motivo a sospechas, la idea de depositar allí los objetos que se encontraron era
perfectamente natural. Pese a lo que dice Le Soleil, no existe verdadera prueba de que los
objetos hayan estado allí mucho más de algunos días, en tanto abundan las pruebas
circunstanciales de que no podrían haberse encontrado en el lugar sin despertar la atención
durante los veinte días transcurridos desde el domingo fatal a la tarde en que fueron
hallados por los niños. “Los efectos —dice Le Soleil, siguiendo la opinión de sus
predecesores— aparecían estropeados y enmohecidos por la acción de las lluvias; el moho
los había pegado entre sí. El pasto había crecido en torno y encima de algunos de ellos. La
seda de la sombrilla era muy fuerte, pero sus fibras se habían adherido unas a otras por
dentro. La parte superior, de tela doble y forrada, estaba enmohecida por la acción de la
intemperie y se rompió al querer abrirla.” Con respecto al pasto “que había crecido en torno
y encima de algunos de ellos”, no cabe duda de que el hecho sólo pudo ser registrado
partiendo de las declaraciones y los recuerdos de dos niños, ya que éstos levantaron los
efectos y los llevaron a su casa antes de que un tercero los viera. Ahora bien, en tiempo
caluroso y húmedo (como el correspondiente al momento del crimen) el pasto crece hasta
dos o tres pulgadas en un solo día. Una sombrilla tirada en un campo recién sembrado de
césped quedará completamente oculta en una semana. Y, por lo que se refiere a ese moho,
sobre el cual Le Soleil insiste al punto de emplear tres veces el término o sus derivados en
un solo y breve comentario, ¿cómo puede ignorar sus características? ¿Habrá que explicarle
que se trata de una de las muchas variedades de fungus, cuyo rasgo más común consiste en
nacer y morir dentro de las veinticuatro horas?
»Vemos así, de una ojeada, que todo lo que con tanta soberbia se ha aducido para
sostener que los objetos habían estado “tres o cuatro semanas por lo menos” en el soto,
resulta totalmente nulo como prueba. Por otra parte, cuesta mucho creer que esos efectos
pudieron quedar en el soto durante más de una semana (digamos de un domingo a otro).
Quienes saben algo sobre los aledaños de París no ignoran lo difícil que es aislarse en ellos,
a menos de alejarse mucho de los suburbios. Ni por un momento cabe imaginar un sitio
inexplorado o muy poco frecuentado entre sus bosques o sotos. Imaginemos a un
enamorado de la naturaleza, atado por sus deberes al polvo y al calor de la metrópoli, que
pretenda, incluso en días de semana, saciar su sed de soledad en los lugares llenos de
encanto natural que rodean la ciudad. A cada paso nuestro excursionista verá disiparse el
creciente encanto ante la voz y la presencia de algún individuo peligroso o de una pandilla
de pájaros de avería en plena fiesta. Buscará la soledad en lo más denso de la vegetación,
pero en vano. He ahí los rincones específicos donde abunda la canalla, he ahí los templos
más profanados. Lleno de repugnancia, nuestro paseante volverá a toda prisa al sucio París,