Leyendo los diversos pasajes, no solamente me parecieron ajenos a la cuestión, sino
que no alcancé a imaginar la manera en que cualquiera de los mismos podía pesar sobre
aquélla. Esperé, pues, alguna explicación de Dupin.
—Por el momento —me dijo—, no me detendré en los dos primeros pasajes. Los he
copiado, sobre todo, para mostrarle la extraordinaria negligencia de la policía, que, hasta
donde puedo saberlo por el prefecto, no se ha molestado en interrogar al oficial de marina
mencionado en uno de ellos. Sin embargo, sería una locura afirmar que entre la primera y la
segunda desaparición de Marie no cabe suponer ninguna conexión. Admitamos que la
primera fuga terminó en una querella entre los enamorados y el retorno a casa de la
decepcionada Marie. Podemos ahora encarar una segunda fuga o rapto (si realmente se trata
de ello) como indicación de que el seductor ha reanudado sus avances y no como el
resultado de la intervención de un segundo cortejante. Miramos la cosa como una
reconciliación entre enamorados y no como el comienzo de una nueva aventura. Hay diez
probabilidades contra una de que el hombre que huyó una vez con Marie le haya propuesto
una segunda escapatoria, y no que a la primera propuesta haya sucedido una segunda hecha
por otro individuo. Le haré notar, además, que el lapso entre la primera fuga (sobre la cual
no cabe duda) y la segunda —presumible— abarca pocos meses más que la duración
general de los cruceros de nuestros barcos de guerra. ¿Fueron interrumpidos los bajos
designios del seductor por la necesidad de embarcarse, y aprovechó la primera oportunidad
a su retorno para renovar esos designios aún no completamente consumados... o, por lo
menos, no completamente consumados por él? Nada sabemos de todo ello.
»Dirá usted, sin embargo, que en el segundo caso no hubo realmente una fuga. De
acuerdo; pero, ¿estamos en condiciones de asegurar que no existió un designio frustrado?
Fuera de St. Eustache, y quizá de Beauvais, no encontramos ningún pretendiente conocido
de Marie. Nada se ha dicho que aluda a alguno. ¿Quién es, pues, ese amante secreto del
cual los parientes de Marie (por lo menos, la mayoría) no saben nada, pero con quien la
joven se reúne en la mañana del domingo, y que goza hasta tal punto de su confianza que
no vacila en quedarse a su lado hasta que cae la noche en los solitarios bosques de la
Barrière du Roule? ¿Quién es ese enamorado secreto, pregunto, del cual los parientes (o
casi todos) no saben nada? ¿Y qué significa la extraña profecía proferida por madame
Rogêt la mañana de la partida de Marie: “Temo que no volveré a verla nunca más”?
»Pero si no podemos suponer que madame Rogêt estaba al tanto de la intención de
fuga, ¿no podemos, por lo menos, imaginar que la joven abrigaba esa intención? Al salir de
su casa dio a entender que iba a visitar a su tía en la rue des Drômes, y pidió a St. Eustache
que fuera a buscarla al anochecer. A primera vista, esto contradice abiertamente mi
sugestión. Pero reflexionemos. Es bien sabido que Marie se encontró con alguien y cruzó el
río en su compañía, llegando a la Barrière du Roule hacia las tres de la tarde. Al consentir
en acompañar a este individuo (con cualquier propósito, conocido o no por su madre),
Marie debió pensar en lo que había dicho al salir de su casa y en la sorpresa y sospecha que
experimentaría su prometido, St. Eustache, cuando al acudir en su busca a la rue des
Drômes se encontrara con que no había estado allí; sin contar que al volver a la pensión con
esta alarmante noticia se enteraría de que su ausencia duraba desde la mañana. Repito que
Marie debió pensar en todas esas cosas. Debió prever la cólera de St. Eustache y las
sospechas de todos. No podía pensar en volver a casa para enfrentar esas sospechas; pero
éstas dejaban de tener importancia si suponemos que Marie no ten