nadie supone que Marie se haya ahogado, y, habiendo sido asesinada antes de que la
arrojaran al río, su cadáver pudo ser encontrado a flote en cualquier momento.
»“Pero —dice L’Etoile— si el cuerpo, maltratado como estaba, hubiera permanecido en
tierra hasta la noche del martas, no habría dejado de encontrarse en la costa alguna huella
de los asesinos.” Aquí resulta difícil darse cuenta al principio de la intención del razonador.
Trata de anticiparse a algo que supone puede constituir una objeción a su teoría: vale decir
que el cuerpo fue guardado dos días en tierra, entrando en descomposición con mayor
rapidez que si hubiera estado sumergido en el agua. Supone que, si ése fuera el caso, el
cadáver podría haber surgido a la superficie el día miércoles, y piensa que sólo gracias a
esas circunstancias podría haber aparecido. Se apresura, por tanto, a mostrar que no fue
guardado en tierra, pues, de ser así, “no habría dejado de encontrarse en la costa alguna
huella de los asesinos”. Me imagino que usted sonríe ante este sequitur. No alcanza a ver
cómo la mera permanencia del cadáver en tierra podría multiplicar las huellas de los
asesinos. Tampoco lo veo yo.
»“Y, lo que es más —continua nuestro diario—, parece altamente improbable que los
miserables capaces de semejante crimen hayan arrojado el cadáver al agua sin atarle algún
peso para mantenerlo sumergido, cosa que no ofrecía la menor dificultad.” ¡Observe en esta
parte la risible confusión de pensamiento! Nadie —ni siquiera L’Etoile— pone en duda el
crimen cometido contra el cuerpo encontrado. Las señales de violencia son demasiado
evidentes. La finalidad de nuestro razonador consiste solamente en mostrar que este cuerpo
no es el de Marie. Quiere probar que Marie no fue asesinada, sin dudar de que el cuerpo
hallado lo haya sido. Pero sus observaciones sólo prueban este último punto. He aquí un
cadáver al que no han atado ningún peso. Si lo hubieran echado al agua los asesinos, éstos
no habrían dejado de hacerlo. Por lo tanto, no lo echaron al agua los asesinos. Si alguna
cosa se prueba, es solamente eso. La cuestión de la identidad no se toca ni remotamente, y
L’Etoile se ha tomado todo ese trabajo para contradecir lo que admitía un momento antes.
“Estamos completamente convencidos —manifiesta— que el cuerpo hallado es el de una
mujer asesinada.”
»No es la única vez que nuestro razonador se contradice sin darse cuenta. Como ya he
señalado, su evidente finalidad consiste en reducir lo más posible el intervalo entre la
desaparición de Marie y el hallazgo del cadáver. Sin embargo, lo vemos insistir en el hecho
de que nadie vio a la muchacha desde el momento en que abandonó la casa de su madre.
“Carecemos de testimonios —declara— de que Marie Rogêt se hallaba aún entre los vivos
después de las nueve de la mañana del domingo 22 de junio.” Dado que es éste un
argumento evidentemente parcial, hubiera sido preferible que lo dejara de lado, ya que si se
supiera de alguien que hubiese reconocido a Marie, digamos el lunes o el martas, el
intervalo en cuestión se habría reducido mucho y, conforme al razonamiento anterior, las
probabilidades de que el cadáver hallado fuera el de la grisette habrían disminuido en
mucho. Resulta divertido, pues, observar cómo L’Etoile insiste sobre este punto con pleno
convencimiento de que refuerza su argumentación general.
»Examine ahora nuevamente la parte del artículo que se refiere a la identificación del
cadáver por Beauvais. A propósito del vello del brazo, es evidente que L’Etoile peca por
falta de ingenio. Dado que monsieur Beauvais no es ningún tonto, jamás se habría
apresurado a identificar el cadáver basándose tan sólo en que tenía vello en el brazo. Todo
brazo tiene vello. La generalización en que incurre L’Etoile es una simple deformación de
la fraseología del testigo. Este debió referirse a alguna particularidad del vello. Pudo
referirse al color, a la cantidad, al largo o a la distribución.