hallaron flotando después de dos o tres días, esos cincuenta ejemplos podrían seguir siendo
razonablemente considerados como excepciones a la regla de L’Etoile hasta el momento en
que pudiera refutarse la regla misma. Admitiendo esta última (como lo hace Le Moniteur,
que se limita a señalar sus excepciones), el argumento de L’Etoile conserva toda su fuerza,
ya que sólo se refiere a la probabilidad de que el cuerpo haya surgido a la superficie en
menos de tres días, y esta probabilidad seguirá manteniéndose a favor de L’Etoile hasta que
los ejemplos tan puerilmente aducidos tengan número suficiente para constituir una regla
antagónica.
»Verá usted de inmediato que toda argumentación opuesta debe concentrarse en la
regla en sí, y a tal fin debemos examinar la razón misma de la regla. En general, el cuerpo
humano no es ni más liviano ni más pesado que el agua del Sena; vale decir que el peso
específico del cuerpo humano en condición natural equivale aproximadamente al del
volumen de agua dulce que desplaza. Los cuerpos de gentes gruesas y corpulentas, de
huesos pequeños, y en general los de las mujeres, son más livianos que los cuerp os
delgados, de huesos grandes, y en general de los masculinos; a su vez el peso especifico del
agua de río se ve más o menos influido por el flujo proveniente del mar. Pero, dejando esto
a un lado, puede afirmarse que muy pocos cuerpos se hundirían espontáneamente, incluso
en agua dulce. Prácticamente todos los que caen en un río pueden mantenerse a flote,
siempre que logren equilibrar el peso específico del agua con el suyo; vale decir, que
queden casi completamente sumergidos, con el minino posible fuera del agua. La posición
adecuada para el que no sabe nadar es la vertical, como si estuviera caminando, con la
cabeza completamente echada hacia atrás y sumergida, salvo la boca y la nariz. Colocados
en esa forma, descubriremos que nos mantenemos a flote sin dificultad ni esfuerzo.
Naturalmente que el peso del cuerpo y el volumen de agua desplazado se equilibran
estrechamente, y la menor diferencia determinará la preponderancia de uno de ellos. Un
brazo levantado fuera del agua, por ejemplo, y privado así de su sostén, representa un peso
adicional suficiente para sumergir por completo la cabeza, mientras que la ayuda del más
pequeño trozo de madera nos permitirá sacar la cabeza lo suficiente para mirar en torno.
Ahora bien, cuando alguien que no sabe nadar se debate en el agua, levantará
invariablemente los brazos, mientras se esfuerza por mantener la cabeza en posición
vertical. El resultado de esto es la inmersión de la boca y la nariz, que acarrea, en los
esfuerzos por respirar, la entrada del agua en los pulmones. El agua penetra igualmente en
el estómago, y el cuerpo pesa más por la diferencia entre el peso del aire que previamente
llenaba dichas cavidades y el del líquido que las ocupa ahora. Tal diferencia basta para que
el cuerpo se hunda por regla general, aunque es insuficiente en caso de personas de huesos
menudos y una cantidad anormal de materia grasa. Estas personas siguen flotando incluso
después de haberse ahogado.
»Suponiendo que el cuerpo se encuentre en el fondo del río, permanecerá allí hasta que
por algún motivo su peso específico vuelva a ser menor que la masa de agua que desplaza.
Esto puede deberse a la descomposición o a otras razones. La descomposición produce
gases que distienden los tejidos celulares y todas las cavidades, produciendo en el cadáver
esa hinchazón tan horrible de ver. Cuando la distensión ha avanzado a punto tal que el
volumen del cuerpo aumenta de tamaño sin un aumento correspondiente de masa, su peso
específico resulta menor que el del agua desplazada y, por tanto, se remonta a la superficie.
Pero la descomposición se ve modificada por innumerables circunstancias y es acelerada o
retardada por múltiples causas; vayan como ejemplos el calor o frío de la estación, la
densidad mineral o la pureza del agua, la profundidad de ésta, su movimiento o