Eureka espera su hora, todavía lejana. Los mejores cuentos y casi todos los grandes poemas
están escritos. Poe empieza a sobrevivirse en muchos aspectos. Un episodio lo prueba:
invitado por los bostonianos a pronunciar una conferencia, parece ser que bebió tanto los
días anteriores que, llegado el momento, se encontró sin material para ofrecer al público.
Poe había prometido un nuevo poema; leyó, en cambio, Al Aaraaf, obra de adolescencia, no
sólo por debajo de su genio, sino la menos indicada para el recitado. La crítica se mostró
severa y él pretendió que lo había hecho ex profeso para vengarse de los bostonianos, del
«estanque de las ranas» literarias que detestaba. A fin de año, el Broadway Journal dejó de
aparecer y Edgar se encontró otra vez perdido. Si 1845 marca su momento más alto en la
fama, es también el comienzo de una caída proporcionalmente acelerada. Por un tiempo,
empero, brillará como las estrellas apagadas hace mucho. A lo largo de 1846 va a circular
activamente entre los literati, como se llamaba a las marisabidillas y escritores más
conocidos de Nueva York. Aquel mundo era harto mezquino y mediocre, con honrosas
excepciones. Las damas se reunían a leer poemas, propios y ajenos, e intrigaban entre
sonrisas y cumplidos, procurando críticas favorables de los colaboradores de las revistas
literarias. Edgar, que los conocía perfectamente a todos, decidió un día ocuparse de ellos.
Publicó en el Godey’s Lady’s Book una serie de treinta y tantas críticas, casi todas
implacables, que produjo terrible conmoción, réplicas furibundas, odios y admiraciones
igualmente exagerados. Lo mejor que puede decirse de esta ejecución en masa es que el
tiempo ha dado la razón al ejecutor. Los literati duermen en piadoso olvido; pero es
comprensible que en aquel momento no pudieran preverlo, y que reaccionaran en
consecuencia.
Los Poe seguían mudándose de casa una y otra vez, hasta que, en mayo de 1846,
buscando aire puro para la moribunda Virginia, dieron con un cottage en Fordham, en las
afueras de la ciudad. Edgar debió de refugiarse en él como un animal acosado. Las semanas
anteriores habían sido horribles. Querellas (una de las cuales acabó a golpes), acusaciones,
deudas apremiantes y el alcohol y el láudano como vanos paliativos. Mrs. Osgood se había
apartado de la escena. Virginia se moría y faltaba el dinero. La única carta que