Test Drive | Page 215

—Sí, massa, muerta y bien muerta... Terminada para siempre, la pobre... —En nombre del cielo, ¿qué voy a hacer? —exclamó Legrand, sumido en la más grande desesperación. —¿Qué va a hacer? —dije, aprovechando la posibilidad de intercalar una frase—. ¡Pues... volver a casa y acostarse! ¡Vamos, ahora mismo! Se está haciendo tarde y, además, no se olvide de su promesa. —¡Júpiter! —gritó él, sin prestarme la menor atención—. ¿Me oyes? —Sí, massa Will, lo oigo muy bien. —Prueba la madera con tu cuchillo y fíjate si está muy podrida. —Está podrida, massa, eso es seguro —repuso el negro después de un momento—. Pero no tan podrida que no pueda aventurarme un poquitín más por la rama, si voy solo. —¡Si vas solo! ¿Qué quieres decir? —Quiero decir el bicho de oro. Es un bicho muy pesado. Pongamos que lo dejo caer, y entonces la rama aguantará muy bien el paso de un negro sólo. —¡Maldito bribón! —gritó Legrand, que parecía muy aliviado—. ¿Qué clase de disparates estás diciendo? ¡Si llegas a soltar ese escarabajo te retuerzo el pescuezo! ¡Júpiter! ¿Me oyes? —Sí, massa, no hay que hablar de ese modo a un pobre negro. —¡Bueno, escucha! Si te aventuras lo más que puedas por la rama y no dejas caer el insecto, tan pronto hayas bajado te regalaré un dólar de plata. —¡Ya estoy andando, massa Will! —replicó el negro con gran prontitud—. ¡Ya llegué casi a la punta! —¡Casi a la punta! —aulló Legrand—. ¿Quieres decir que estás en la punta de esa rama? —Pronto voy a llegar, massa... ¡Ooooh...! ¡Dios me proteja...! ¿Qué es esto que hay en el árbol? —¡Y bien! —gritó Legrand, en el colmo del júbilo— ¿Qué es lo que hay? —¡Es... es una calavera! Alguien dejó su cabeza en el árbol y los cuervos se comieron toda la carne. —¿Una calavera, dices? ¡Perfecto! ¿Cómo está sujeta a la rama? —Voy a ver, massa... Pues es muy curioso, sí, señor; muy curioso... Hay un gran clavo en la calavera, que la tiene sujeta al árbol. —Bueno, Júpiter, ahora haz exactamente lo que voy a decirte. ¿Me oyes? —Sí, massa. —Presta atención entonces. Primero busca el ojo izquierdo del cráneo. —¡Hum...! ¡Vaya...! ¡Esto sí que es curioso! ¡No tiene ojo izquierdo! —¡Maldita sea tu estupidez! ¡El agujero donde estaba el ojo! ¡Oye! ¿Sabes distinguir tu mano derecha de la izquierda? —¡Oh, sí, massa! Lo sé muy bien. La mano izquierda es la que uso para hachar la leña. —Perfecto: ya sé que eres zurdo. Pues tu ojo izquierdo está del mismo lado que tu mano izquierda. Supongo que ahora sabrás encontrar el ojo izquierdo del cráneo o el sitio donde estuvo el ojo. ¿Ya lo tienes? Siguió una larga pausa, tras de la cual dijo, por fin, el negro: —¿El ojo izquierdo de la calavera está del mismo lado que la mano izquierda de la calavera? Pero la calavera no tiene mano izquierda... ¡Bueno, no importa! Ya tengo el ojo izquierdo... ¡Aquí está! ¿Qué hago ahora? —Pasa el escarabajo por él y déjalo caer hasta donde alcance el hilo... pero ten cuidado