—En fin, Jup, puede que tengas razón, pero... ¿a qué afortunada circunstancia debo el
honor de tu visita?
—¿Cómo, massa?
—¿Me traes algún mensaje del señor Legrand?
—No, massa. Traigo esta carta —dijo Júpiter, alcanzándome una nota que decía:
Querido...:
¿Por qué hace tanto tiempo que no lo veo? Supongo que no habrá cometido la tontería
de ofenderse por alguna pequeña brusquerie de mi parte. Pero no, es demasiado
improbable.
Desde la última vez que nos vimos he tenido sobrados motivos de inquietud. Hay algo
que quiero decirle, pero no sé cómo, y ni siquiera estoy seguro de si debo decírselo.
En los últimos días no me he sentido bien, y el bueno de Jup me fastidia hasta más no
poder con sus bien intencionadas atenciones.
¿Querrá usted creerlo? El otro día preparó un garrote para castigarme por habérmele
escapado y pasado el día solo en las colinas de tierra firme. Estoy convencido de que
solamente mi rostro demacrado me salvó de una p aliza.
No he agregado nada nuevo a mi colección desde nuestro último encuentro.
Si no le ocasiona demasiados inconvenientes, le ruego que venga con Júpiter. Por
favor, venga. Quiero verlo esta noche, por un asunto importante. Le aseguro que es de la
más alta importancia.
Con todo afecto,
WILLIAM LEGRAND
Había algo en el tono de la carta que me llenó de inquietud. Su estilo difería por
completo del de Legrand. ¿En qué estaría soñando? ¿Qué nueva excentricidad se había
posesionado de su excitable cerebro? ¿Qué asunto «de la más alta importancia» podía tener
entre manos? Las noticias que de él me daba Júpiter no auguraban nada bueno. Temí que el
continuo peso del infortunio hubiera terminado por desequilibrar del todo la razón de mi
amigo. Por eso, sin un segundo de vacilación, me preparé para acompañar al negro.
Llegados al muelle vi que en el fondo del bote donde embarcaríamos había una
guadaña y tres palas, todas ellas nuevas.
—¿Qué significa esto, Jup? —pregunté.
—Eso, massa, es una guadaña y tres palas.
—Evidentemente. Pero, ¿qué hacen aquí?
—Son la guadaña y las palas que massa Will me hizo comprar en la ciudad, y maldito
si no han costado una cantidad de dinero.
—Pero, dime, en nombre de todos los misterios: ¿qué es lo que va a hacer tu massa
Will con guadañas y palas?
—No me pregunte lo que no sé, massa, pero que el diablo me lleve si massa Will sabe
más que yo. Todo esto es por culpa del bicho.
Comprendiendo que no lograría ninguna explicación de Júpiter, cuyo pensamiento
parecía absorbido por «el bicho», salté al bote e icé la vela. Aprovechando una brisa
favorable, pronto llegamos a la pequeña caleta situada al norte del fuerte Moultrie, y una
caminata de dos millas nos dejó en la cabaña. Serían las tres de la tarde cuando llegamos.