consecuencia de la enfermedad de Virginia. Reconoce que «se volvió loco» y que bebía en
estado de inconsciencia. «Mis enemigos atribuyeron la locura a la bebida, en vez de atribuir
la bebida a la locura...» Empieza para él una época de fuga, de marcharse de su casa, de
volver completamente deshecho, mientras «Muddie» se desespera y trata de ocultar la
verdad, limpiar las ropas manchadas, preparar una tisana para el infeliz, que delira en la
cama y tiene atroces alucinaciones. En aquellos días el estribillo de El cuervo empezó a
hostigarlo. Poco a poco, el poema nacía, larval, indeciso, sujeto a mil revisiones. Cuando
Edgar se sentía bien, iba a trabajar al Graham’s o a llevar artículos. Un día, al entrar, vio a
Griswold instalado en su despacho. Se sabe que giró en redondo y que no volvió más. Y
hacia julio de 1842, perdido por completo el dominio de sí mismo, hizo un viaje fantasmal
de Filadelfia a Nueva York, obsesionado por el recuerdo de Mary Devereaux, la muchacha
a cuyo tío había dado de latigazos. Mary estaba casada, y Edgar parecía absurdamente
deseoso de averiguar si amaba o no a su marido. Después de cruzar y recruzar el río en
ferryboat, preguntando a todo el mundo por el domicilio de Mary, llegó por fin a su casa e
hizo una terrible escena. Luego se quedó a tomar el té (uno imagina las caras de Mary y su
hermana, a quienes les tocó recibirlo a la fuerza, pues se había metido en la casa en su
ausencia), y por fin se marchó, no sin antes desmenuzar con un cuchillo algunos rábanos y
exigir que Mary cantara su melodía favorita. Pasaron varios días hasta que Mrs. Clemm,
desesperada, logró la ayuda de vecinos bondadosos, que encontraron a Edgar mientras
vagaba por los bosques próximos a Jersey City, perdida, momentáneamente, toda razón.
En una carta, Poe se defendió alguna vez de las acusaciones que le hacían, señalando
que el mundo sólo lo veía en los momentos de locura, pero que ignoraba sus largos
períodos de vida sana y laboriosa. Esto no es hipócrita y, sobre todo, es cierto. No todos los
críticos de Poe han sabido estimar la enorme acumulación de lecturas de que fue capaz, su
voluminosa correspondencia y, sobre todo, el bulto de su obra en prosa, cuentos, ensayos y
reseñas. Pero, como él lo señala, dos días de embriaguez pública lo volvían mucho más
notorio que un mes de trabajo continuo. La cosa no puede extrañar, naturalmente; tampoco
extrañará que Poe, sabiendo que las consecuencias eran menos sórdidas, volviera siempre
que podía al opio para olvidarse de la miseria, para salirse del mundo con más dignidad por
algunas horas.
Durante un breve período, la amistad de escritores y críticos importantes y su propio
optimismo, casi siempre mal fundado, hicieron creer a Poe que su revista alcanzaría a
materializarse. Terminó por encontrar a un caballero dispuesto a financiarla, y entonces sus
amigos de Washington lo llamaron a la capital, a fin de que pronunciara una conferencia,
recogiera suscripciones a la rev