juveniles y por las conclusiones deducidas de su peculiar conformación física y su
temperamento. Sus gestos eran alternativamente vivaces y lentos. Su voz pasaba de una
indecisión trémula (cuando su espíritu vital parecía en completa latencia) a esa especie de
concisión enérgica, esa manera de hablar abrupta, pesada, lenta, hueca; a esa pronunciación
gutural, densa, equilibrada, perfectamente modulada que puede observarse en el borracho
perdido o en el opiómano incorregible durante los períodos de mayor excitación.
Así me habló del objeto de mi visita, de su vehemente deseo de verme y del solaz que
aguardaba de mí. Abordó con cierta extensión lo que él consideraba la naturaleza de su
enfermedad. Era, dijo, un mal constitucional y familiar, y desesperaba de hallarle remedio;
una simple afección nerviosa, añadió de inmediato, que indud