Londres. Corrió rápidamente y durante largo tiempo, mientras yo lo seguía, en el colmo del
asombro, resuelto a no abandonar algo que me interesaba más que cualquier otra cosa. Salió
el sol mientras seguíamos andando y, cuando llegamos de nuevo a ese punto donde se
concentra la actividad comercial de la populosa ciudad, a la calle del hotel D..., la vimos
casi tan llena de gente y de actividad como la tarde anterior. Y aquí, largamente, entre la
confusión que crecía por momentos, me obstiné en mi persecución del extranjero. Pero,
como siempre, andando de un lado a otro, y durante todo el día no se alejó del torbellino de
aquella calle. Y cuando llegaron las sombras de la segunda noche, y yo me sentía cansado a
morir, enfrenté al errabundo y me detuve, mirándolo fijamente en la cara. Sin reparar en mí,
reanudó su solemne paseo, mientras yo, cesando de perseguirlo, me quedaba sumido en su
contemplación.
—Este viejo —dije por fin—representa el arquetipo y el genio del profundo crimen. Se
niega a estar solo. Es el hombre de la multitud. Sería vano seguirlo, pues nada más
aprenderé sobre él y sus acciones. El peor corazón del mundo es un libro más repelente que
el Hortulus Animae7, y quizá sea una de las grandes mercedes de Dios el que er lässt sich
nicht lesen.
7
El Hortulus Animae cum Oratiunculis Aliquibis Superadditis, de Grünninger.