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que se ataba a la caja y se confiaba así al mar. —Por supuesto que se hundieron, y con la rapidez de una bala de plomo —repuso el capitán—. Sin embargo volverán a subir a la superficie... pero no antes de que la sal se disuelva. —¡La sal! —exclamé. —¡Sh...! —dijo el capitán, señalándome a la esposa y hermanas del muerto—. Ya hablaremos de esas cosas en un momento más oportuno. Mucho sufrimos, y escapamos por muy poco de la muerte, pero la fortuna nos favoreció al igual que a nuestros camaradas de la chalupa. Más muertos que vivos, después de cuatro días de horrible angustia, tocamos tierra en la playa opuesta a Roanoke Island. Permanecim