mantenido sobre el embarque de La última cena. Continué, pues, resuelto a saborear mi
venganza.
Un día subió Wyatt al puente y, luego de tomarlo del brazo como era mi antigua
costumbre, echamos a andar de un lado a otro. Su melancolía (que yo encontraba muy
natural dadas las circunstancias) continuaba invariable. Habló poco, con tono malhumorado
y haciendo un gran esfuerzo. Aventuré una broma y vi que luchaba penosamente por
sonreír. ¡Pobre diablo! Pensando en su esposa, me maravillaba que fuera incluso capaz de
aparentar alegría. Pero, finalmente, me determiné a sondearlo a fondo, comenzando una
serie de veladas insinuaciones sobre la