su hermano, tuberculoso en último grado, pudo Edgar escribir en paz y establecer
relaciones con editores y críticos. Bien recomendado por John Neal, escritor muy conocido
en esos días, Al Aaraaf encontró por fin editor, y apareció en unión de Tamerlán y los
restantes poemas del ya olvidado primer volumen.
Satisfecho en este terreno, Edgar volvió a Richmond para esperar en casa de John Allan
—que todavía era «su» casa— la hora del ingreso en West Point. Resultaba difícil imaginar
la actitud de Allan en estas circunstancias; se había negado a financiar la edición de los
poemas, pero los poemas aparecían a pesar suyo. Edgar hablaría, sin duda, de sus
esperanzas literarias y distribuiría ejemplares del libro a sus amigos virginianos (que no
entendieron palabra, incluso los de la Universidad). Por fin, alguna referencia de Allan a la
«holgazanería» de Edgar provocó otra violenta querella. Pero en marzo de 1830, Poe fue
aceptado en la academia militar; a fines de junio aprobaba sus exámenes y pronunciaba el
juramento de ingreso. Huelga decir con qué tristeza debió de entrar en West Point, donde le
esperaban actividades aún más penosas y desagradables para él que las simples tareas del
soldado raso. Pero la alternativa era la misma que tres años antes: o la «carrera» o morirse
de hambre. El prestigio pasajero de las galas militares había terminado con la adolescencia.
Edgar sabía de sobra que no estaba hecho para ser soldado, ni siquiera en el orden físico,
porque su excelente salud de los quince años empezaba a resentirse tempranamente, y el
entrenamiento severísimo de los cadetes no tardó en resultarle penoso, casi insoportable.
Pero su cuerpo obedecía en gran medida al desgano, a la tristeza que lo invadía en un
ambiente donde pocos minutos diarios podían consagrarse a pensar (a pensar fuera de los
textos, es decir, a pensar poesía, a pensar literatura) y a escribir. John Allan, por su parte,
iba a seguir la misma línea de conducta que en la etapa universitaria; pronto descubrió
Edgar que no recibiría [