más que a dos millas de distancia, y una vez pasado el fuerte y la estación siguiente, los sioux
serían dueños del tren.
El conductor se batía al lado de mister Fogg, cuando una bala lo alcanzó. Al caer exclamó:
-¡Estamos perdidos si el tren tarda cinco minutos en pararse!
-¡Se parará! -dijo Phileas Fogg, que quiso echarse fuera del vagón.
-Estad quieto, señor -le gritó Picaporte . Yo me encargo de ello.
Phileas Fog,-, no tuvo tiempo de detener al animoso muchacho, que, abriendo una
portezuela, consiguió deslizarse debajo del vagón. Y entonces, mientras la lucha continuaba y
las balas se cruzaban por encima de su cabeza, recobrando su agilidad y flexibilidad de clown,
arrastrándose colgado por debajo de los coches, y agarrándose, ora a las cadenas, ora a las
palancas de freno, rastreándose de uno a otro vagón, con maravillosa destreza, llegó a la parte
delantera del tren sin haber podido ser visto.
Allí, colgado por una mano entre el furgón y el ténder, desenganchó con la otra las cadenas
de seguridad; pero a consecuencia de la tracción, no hubiera conseguido desenroscar la barra
de enganche, si un sacudimiento que la máquina experimentó, no la hubiera hecho saltar, de
modo que el tren, desprendido, se fue quedando arás, mientras que la locomotora huía con
mayor velocidad. El corrió aún durante algunos minutos; pero los frenos se manejaron bien, y
el convoy se detuvo, al fin, a menos de cien pasos de la estación de Kearney.
Allí, los soldados del fuerte, atraídos por los disparos, acudieron apresuradamente. Los
sioux no los habían esperado, y antes de pararse completamente el tren, toda la banda había
desaparecido.
Pero cuando los viajeros se contaron en el andén de la estación, reconocieron que fantaban
algunos, y entre otros el valiente francés, cuyo denuedo acababa de salvarlos.
XXX
Tres viajeros, incluso Picaporte, habían desaparecido. ¿Los habían muerto en la lucha?
¿Estarían prisioneros de los sioux? No podía saberse todavía.
Los heridos eran bastantes numerosos, pero se reconoció que ninguno lo estaba
mortalmente. Uno de los más graves era el coronel Proctor, que se había batido
valerosamente, recibiendo un balazo en la ingle. Fue trasladado a la estación con otros
viajeros, cuyo estado reclamaba cuidados inmediatos.
Mistress Aouida estaba en salvo, Phileas Fogg, que no había sido de los menos ardientes en
la lucha, salió sin un rasguño. Fix estaba herido en el brazo, pero levemente. Pero Picaporte
faltaba, y los ojos de la joven Aouida vertían lágrimas.
Entretanto, todos los viajeros habían abandonado el tren. Las ruedas de los vagones estaban
manchadas de sangre. De los cubos y de los ejes colgaban informes despojos de carne. Se
veían por la llanura largos rastros encarnados, hasta perderse de vista. Los últimos indios
desaparecían entonces por el sur hacia el rio Republican.
Mister Fogg permanecía quieto y cruzado de brazos. Tenía que adoptar una grave
resolución. Mistress Aouida lo miraba sin pronunciar una palabra... Comprendió él esta
mirada. Si su criado estaba prisionero, ¿no debía intentarlo todo para librarlo de los indios?
-Lo encontraré vivo o muerto ---dijo sencillamente a mistress Aouida.
-¡Ah! ¡Mister.. mister Fogg! --exclamó la joven, asiendo las manos de su compañero
bañándolas de lágrimas.
-¡Vivo -añadió mister Fogg-, si no perdemos un minuto!
Con esta resolución, Phileas Fogg se sacrificaba por entero. Acababa de pronunciar su
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