se veía circular a cortos pasos y con pie hiquito, calzado con zapatos de lienzo, sandalias de
paja o zuecos de madera labrada, algunas mujeres poco bonitas, de ojos encogidos, pecho
deprimido, dientes ennegrecidos a usanza del día, pero que llevaban con elegancia el traje
nacional, llamado "kimono", especie de bata cruzada con una banda de seda, cuya ancha
cintura formaba atrás un extravagante lazo, que las modernas parisienges han copiado, al
parecer, de las japonesas.
Picaporte se detuvo paseando durante algunas horas entre aquella muchedumbre abigarrada,
mirando también las curiosas y opulentas tiendas, los bazares en que se aglomeraba todo el
oropel de la platería japonesa, los restaurantes, adornados con banderolas y banderas, en los
cuales estaba prohibido entrar y esas casas de té, donde se bebe, a tazas llenas, el agua
odorífera con el sakí, licor sacado del arroz fermentado, y esos confortables fumaderos, donde
se aspira un tabaco muy fino, y no por el opio, cuyo uso es casi desconocido en el Japón.
Despues, Picaporte se encontró en la campiña, en medio de inmensos arrozales. Allí
ostentaban sus últimos colores y sus últimos perfumes las brillantes camelias, nacidas, no ya
en arbustos, sino en árboles; y dentro de las cercas de los bambúes, se veían cerezos, ciruelos,
manzanos, que los indígenas cultivan más bien por sus flores que por sus frutos,y que están
defendidos contra los pájaros, palomas, cuervos, y otras aves, por medio de maniquíes
haciendo muecas o con torniquetes, chillones. No había cedro majestuoso que no abrigase
alguna águila, ni sauce bajo el cual no se encontrase alguna garza, melancólicamente posad B