siempre dispuestas, economizan sus pasos y sus movimientos. Atajando siempre, nunca daba
un paso de más. No perdía una mirada dirigiéndola al techo. No se permitía ningún gesto
superfluo. Jamás se le vio ni conmovido ni alterado. Era el hombre menos apresurado del
mundo, pero siempre llegaba a tiempo. Pero, desde luego, se comprenderá que tenía que vivir
solo y, por decirlo así, aislado de toda relación social. Sabía que en la vida hay que dedicar
mucho al rozamiento, y como el rozamiento entorpece, no se rozaba con nadie.
En cuanto a Juan, alias Picaporte, verdadero parisiense de París, durante los cinco años que
había habitado en Inglaterra desempeñando la profesión de ayuda de cámara, en vano había
tratado de hallar un amo a quien poder tomar cariño.
Picaporte no era, por cierto, uno de esos Frontines o Mascarillos, que, altos los hombros y la
cabeza, descarado y seco al mirar, no son más que unos bellacos insolentes; no. Picaporte era
un guapo chico de amable fisonomía y labios salientes, dispuesto siempre a saborear o a
acariciar; un ser apacible y servicial, con una de esas cabezas redondas y bonachonas que
siempre gusta encontrar en los hombros de un amigo. Tenía azules los ojos, animado el color,
la cara suficientemente gruesa para que pudieran verse sus mismos pómulos, ancho el pecho,
fuertes las caderas, vigorosa la musculatura, y con una fuerza hercúlea que los ejercicios de su
juventud habían desarrollado admirablemente. Sus cabellos castaños estaban algo enredados.
Si los antiguos escultores conocían dieciocho modos distintos de arreglar la cabeza de
Minerva, Picaporte, para componer la suya, sólo conocía uno: con tres pases de batidor estaba
peinado.
Decir si el genio expansivo de este muchacho podía avenirse con el de Phileas Fogg, es cosa
que prohibe la prudencia elemental. ¿Sería Picaporte ese criado exacto hasta la precisión que
convenía a su dueño? La práctica lo demostraría. Después de haber tenido, como ya es sabido,
una juventud algo vagabunda, aspiraba al reposo. Había oído ensalzar el metodismo inglés y
la proverbial frialdad de los gentlemen, y se fue a buscar fortuna a Inglaterra. Pero hasta
entonces la fortuna le había sido adversa. En ninguna parte pudo echar raíces. Estuvo en diez
casas, y en todas ellas los amos eran caprichosos, desiguales, amigos de correr aventuras o de
recorrer paises, cosas todas ellas que ya no podían convenir a Picaporte. Su último señor, el
joven lord Longsferry, miembro del Parlamento después de pasar las noches en los
"oystersrooms" de Hay-Marquet, volvía a su casa muy a menudo sobre los hombros de los
"policemen." Queriendo Picaporte ante todo respetar a su amo, arriesgó algunas
observaciones respetuosas que fueron mal recibidas, y rompió. Supo en el ínterin que Phileas
Fogg buscaba criado y tomó infon-nes acerca de este caballero. Un personaje cuya existencia
era tan regular, que no dormía fuera de casa, que no viajaba, que nunca, ni un día siquiera, se
ausentaba, no podía sino convenirle. Se presentó y fue admitido en las circunstancias ya
conocidas.
Picaporte, a las once y media dadas, se hallaba solo en la casa de Sara, se ausentaba, no
podía sino considerarla recorriendo desde la cueva al tejado; y esta casa limpia, arreglada,
severa, puritana, bien organizada para el servicio, le gustó. Le produjo la impresión de una
cáscara de caracol alumbrada y calentada con gas, porque el hidrógeno carburado bastaba
para todas las necesidades de luz y calor. Picaporte halló sin gran trabajo en el piso segundo el
cuarto que le estaba destinado. Le convino. Timbres eléctricos y tubos acústicos le ponían en
comunicación con los aposentos del entresuelo y del principal. Encima de la chimenea había
un reloj eléctrico en correspondencia con el que tenía Phileas Fogg en su dormitorio, y de esta
manera ambos aparatos marcaban el mismo segundo en igual momento.
-No me disgusta, no me disgusta --decía para sí Picaporte.
Advirtió además en su cuarto una nota colocada encima del reloj. Era el programa del
servicio diario. Comprendía --desde las ocho de la mañana, hora reglamentaria en que se
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