Phileas Fogg inscribió ese adelanto en la columna de beneficios, y esta vez bajó a tierra,
acompañando a Aouida, que había manifestado deseos de pasear durante algunas horas.
Fix, a quien parecía sospechosa toda acción de Fogg, lo siguió con disimulo. En cuanto a
Picaporte, que se reía "in petto", al ver la maniobra de Fix, fue a hacer sus ordinarias compras.
La isla de Singapore no es grande ni de imponente aspecto. Carece de montañas y, por
consiguiente, de perfiles, pero en su pequeñez es encantadora. Es un parque cortado por
hermosas carreteras. Un bonito coche, tirado por esos elegantes caballos importados de Nueva
Zelanda, transportó a mistress Aouida y a Phileas Fogg al centro de unos grupos de palmeras
de brillante hoja y de esos árboles que producen el clavo de especia fon-nado con el capullo
mismo de la flor entreabierta. Allí, los setos de arbustos de pimienta, reemplazaban las
cambroneras de las cainpiñas europeas; los saguteros, los grandes helechos con su soberbio
follaje, variaban el aspecto de aquella región tropical; los árboles de moscada con sus
barnizadas hojas saturaban el aire con penetrantes perfumes. Los monos en tropeles, que
ostentaban su viveza y sus muecas, no faltaban en los bosques, ni los tigres en los juncales. A
quien se asombre de que en tan pequeña isla no hayan sido destruidos esos terribles
carnívoros, les responderemos que vienen de Malaca atravesando el estrecho a nado.
Después de haber recorrido la campiña durante dos horas, Aouida y su compañero -que
miraban un poco sin ver- volvieron a la ciudad, extensa aglomeración de lindos jardines
donde se encuentran mangustos, piñas y las mejores frutas del mundo.
A las diez volvían al vapor, después de haber sido seguidos sin sospecharlo por el inspector,
que también había tenido que hacer gasto de coche.
Picaporte los aguardaba en el puente del "Rangoon". El buen muchacho había comprado
algunas docenas de mangustos, gruesos como manzanas medianas, de color pardo oscuro
por fuera, rojo subido por dentro, y cuya fruta blaca, al fundirse entre los labios, procura a
los verdaderamente golosos un goce sin igual. Picaporte tuvo una gran satisfacción en
ofrecerlos a Aouida que se lo agradeció con suma gracia.
A las once, el "Rangoon", después de haberse abastecido de carbón, largaba sus amarras; y
algunas horas más tarde los pasajeros perdían de vista las altas montañas de Malaca, cuyas
selvas abrigan los más hermosos tigres de la tierra.
Singapore dista mil trescientas millas de la isla de Hong-Kong, pequeño territorio inglés
desprendido de la costa de China. Phileas Fogg tenía interés en recorrerias lo «más en seis
días, a fin de tomar en Hong-Kong el vapor que partia el 6 de noviembre para Yokohama,
uno de los principales puertos de Japón.
El "Rangoon" iba muy cargado. Se habían embarcado en Singapore numerosos pasajeros,
indios, ceilaneses, chinos, malayos, portugueses, la mayor parte de los cuales iban en las
clases inferiores.
El tiempo, bastante bello hasta entonces, cambió con el último cuarto de luna. La mar se
puso gruesa. El viento arreció, pero felizmente por el Sureste, lo cual favorecía la marcha del
vapor. Cuando era manejable, el capitán hacía desplegar velas. El "Rangoon", aparejado en
bergantín, navegó a menudo con sus dos gavias y trinquete aumentando su velocidad bajo la
doble acción del vapor y del viento. Así se recorrieron sobre una zona estrecha y a veces muy
penosa las costas de Anam y Cochinchina.
Pero la culpa la tenía más bien el "Rangoon" que el mar; y los pasajeros, que se sintieron la
mayor parte enfermos, debieron achacar su malestar al buque.
En efecto, los vapores de la Compañía Peninsular que hacen el servicio de los mares de
China, tienen un defecto de construcción muy grave. La relación del calado en carga con la
cabida, ha sido mal calculada, y por consiguiente ofrecen al mar muy débil resistencia. Su
volumen cerrado, impenetrable al agua, es insuficiente. Están anegados, y a consecuencia de
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