verdor, campos de cebada, maíz y trigo, ríos de estanques poblados de aligatores verdosos,
aldeas bien acondicionadas y selvas que aun conservaban la hoja. Algunos elefantes y cebús
de protuberancia iban a bañarse a las aguas del río sagrado; y también, a pesar de la estación
adelantada y de la temperatura, ya fría, se veían cuadrillas de indios de ambos sexos, que
cumplían piadosamente sus santas abluciones. Esos fieles enemigos encarnizados del
budismo, son sectarios fervientes de la religión brahmánica que se encama en tres personas:
Vishma, la divinidad solar; Shiva, la personificación divina de las fuerzas naturales; y
Brahma, el jefe supremo de los sacerdotes y legisladores. ¡Pero con qué ojo Brahma, Shiva y
Vishma debían considerar a esa India, ahora britanizada, cuando algún barco de vapor pasaba
silbando y turbaba las aguas consagradas del Ganges, espantando a las gaviotas que
revoloteaban en la superficie, a las tortugas que pululaban en sus orillas y a los devotos
tendidos a lo largo de sus márgenes!
Todo este panorama desfiló como un relámpago, y con frecuencia una nube de vapor blanco
ocultó sus pormenores. Apenas pudieron los viajeros entrever el fuerte de Chunar, a veinte
millas al sur de Benazepur y sus importanes fábricas de agua de rosa; el sepulcro de lord
Cornwallis, que se eleva sobre la orilla izquierda del Ganges; la ciudad fortificada de Buxar,
Putna, gran población industrial y mercantil, donde existe el principal mercado del opio de la
India; Monglar, ciudad, más que europea, inglesa como Manchester o Birmingham,
nombradas por sus fundiciones de hierro y sus fábricas de armas blancas, y cuyas altas
chimeneas parecían tiznar con su negro humo el cielo de Brahma, ¡verdadera mancha en el
país de los sueños!
Después llegó la noche, y en medio de los rugidos de los tigres, osos y lobos que huían ante
la locomotora, el tren pasó a toda velocidad y no se vio nada ya de las maravillas de Bengala,
ni Golconda, ni las ruinas de Gour, ni Mounshedabad, que antes fue capital, ni Burdwan, ni
Hougly, ni Chandemagor, ese punto francés del territorio indio, donde se hubiera engreído
Picaporte al ver ondear la bandera de su patria.
Por último, a las siete de la mañana, llegaron a Calcuta. El vapor que salía para Hong-Kong
no levaba el áncora hasta mediodía.
Según su itinerario, debía llegar a la capital de las Indias, el 25 de octubre, veintitrés días
después de haber salido de Londes, y llegaba el día fijado. No tenía pues, ni adelanto, ni
atraso. Desgraciadamente, los días ganados entre Londres y Bombay, quedaban perdidos, del
modo que se sabe, en la travesía de la península indostánica; pero es de suponer que Phileas
Fogg no lo sentía.
XV
El tren se detuvo en la estación. Picaporte se apeó el primero, y fue seguido de mister Fog