Test Drive | Page 11

estupor. -¡La vuelta al mundo! --dijo entre dientes. -En ochenta días -respondió mister Fogg-. No tenemos un momento que perder. -¿Y el equipaje? --dijo Picaporte, moviendo, sin saber lo que hacía, su cabeza de derecha a izquierda y viceversa. -No hay equipaje. Sólo un saco de noche. Dentro, dos camisas de lana, tres pares de medias, y lo mismo para vos. Ya compraremos en el camino. Bajaréis mi "mackintosh" y mi manta de viaje. Llevad buen calzado. Por lo demás, andaremos poco o nada. Vamos. Picaporte hubiera querido responder, pero no pudo. Salió del cuarto de mister Fogg, subió al suyo, cayó sobre una silla, y empleando una frase vulgar de su país dijo para sí: -¡Esto sí que es ... ! ¡Yo que quería estar tranquilo! Y maquinalmente hizo sus preparativos de viaje. ¡La vuelta al mundo en ochenta días! ¿Estaba su amo loco? No... ¿Era broma? Si iban a Douvres, bien. A Calais, conforme. En suma, esto no podía contrariar al buen muchacho, que no había pisado el suelo de su patria en cinco años. Quizás se llegaría hasta París, y ciertamente que volvería a ver con gusto la gran capital, porque un gentleman tan economizador de sus pasos se detendría allí... Sí, indudablemente; ¡pero no era menos cierto que partía, que se movía ese gentleman, tan casero hasta entonces! A las ocho, Picaporte había preparado el modesto saco que contenía su ropa y la de su amo; y después, perturbado todavía de espíritu, salió del cuarto, cerró cuidadosamente la puerta, y se reunió con mister Fogg. Míster Fogg ya estaba listo. Llevaba debajo del brazo el "Brandshaw's Continental Railway, Steam Transit and general Guide", que debía suministrar todas las indicaciones necesarias para el viaje. Tomó el saco de las manos de Picaporte, lo abrió, y deslizó en él un paquete de esos hermosos billetes de banco que corren en todos los países. -¿No habéis olvidado nada? -preguntó. -Nada, señor. -Bueno; tomad este saco. Míster Fogg entregó el saco a Picaporte. -Y cuidadlo -añadió-. Hay dentro veinte mil libras. Poi- poco se escapó el saco de las manos de Picaporte, como si las veinte mil libras hubieran sido oro y pesado considerablemente. El a¡-no y el criado bajaron entonces, y la puerta de la calle se cerró con doble vuelta. A la extremidad de Saville-Row había un punto de coches. Pi