Caballo de Troya
J. J. Benítez
dispositivo y descompuesto en sus elementos básicos: carbono y oxígeno y convertidos, el
primero con liberación energética que se utiliza para el caldeo de la epidermis.
Aunque nuestro módulo iba preparado con estos equipos, en realidad apenas si fueron
utilizados, a excepción de la «piel de serpiente» y del sistema de transmisión auditiva. La
«cuna» había sido dotada con una reserva especial de agua y alimentos, suficiente para ambos
expedicionarios durante un período de tiempo algo superior a los catorce días. Por mi parte, el
problema de la dieta alimenticia no revestía excesivas complicaciones. En mi intenso
entrenamiento durante los dos años precedentes, había aprendido los esquemas del régimen
alimenticio de los judíos, así como el de los gentiles que convivían en aquellos tiempos con los
pobladores de la Judea. Como extranjero -mi atuendo y costumbres habían sido fijados por
Caballo de Troya como los de un comerciante griego en vinos y madera-, sabia perfectamente
cuáles eran mis limitaciones en este sentido, No obstante, en el supuesto de una emergencia,
siempre existía el recurso por mi parte de un retorno al módulo.
Mi única salida fuera del hangar fue al atardecer de aquel inolvidable martes. Sin saber por
qué, sorteé el andamiaje de los arqueólogos que venían trabajando en la restauración de la
mezquita y me introduje en el interior d el octógono.
Era extraño. Allí, solitario frente a las tres pequeñas velas que alumbran la piedra en la que según la piadosa imaginación de los peregrinos católicos- aún se ve la huella de un pie que se
eleva, me pregunté por qué Caballo de Troya había elegido precisamente la mezquita de la
Ascensión de Cristo a los cielos como nuestro punto de partida para aquella otra ascensión...
En silencio, Eliseo y yo abrazamos a Curtiss y al resto de los compañeros. No hubo muchas
palabras en aquella despedida. Todos éramos conscientes del momento histórico que
protagonizábamos y de los oscuros peligros que podían aguardarnos al «otro lado».
-Hasta el 12 de febrero... -murmuró el general con un punto de emoción en sus palabras.
-¡Suerte! -añadieron los hombres de Caballo de Troya.
Y a las 23 horas (G.M.T., hora Greenwich), la «cuna» comenzó a elevarse hacia un
firmamento blanqueado por las estrellas.
En treinta segundos alcanzamos la cota de 800 pies, llevando a cabo el estacionario del
módulo. Todos los sistemas funcionaban según el plan previsto.
Aunque nuestra nave no iba a viajar por el espacio -tal y como ocurriría meses después con los
expedicionarios del proyecto Marco Polo- Eliseo y yo, siguiendo las especificaciones del jefe de
la Operación Swivel, teníamos la misión de probar uno de los trajes espaciales, especialmente
diseñados para los procesos de inversión de ejes de los swivels y para una mejor resistencia en
las fortísimas aceleraciones1.
1
El «gran viaje» al año 30 de nuestra Era -como he citado oportunamente-, no suponía un traslado físico por el
espacio o por otros marcos tridimensionales, tal y como los humanos concebimos habitualmente los viajes. Sin
embargo, en expediciones inmediatamente posteriores a la nuestra -como fue el caso de Marco Polo- los astronautas
sise vieron sometidos a la dinámica de estas fortísimas aceleraciones, alcanzando en algunos momentos hasta 245
metros por segundo cada segundo. Y aunque estos picos de gradientes en la función velocidad duraron fracciones de
segundo, tanto la nave como el grupo de pilotos tuvieron que ser debidamente protegidos. No voy a entrar ahora en los
pormenores de dicha aventura, pero sí resumiré, a título puramente descriptivo, algunas de las extraordinarias
características de los trajes espaciales, probados por mi compañero y yo y que habían sido diseñados y desarrollados en parte- por la Hamilton Standard División de la United Aircraft, en Windson Locks (Connecticut).
Este traje consta de una membrana sumamente compleja que rodea periféricamente el cuerpo del astronauta, sin
establecer contacto mecánico alguno con la piel del piloto. Ese espacio que media entre la superficie interna del traje
espacial y la epidermis humana está rigurosamente controlado en función del grado de vasodilatación capilar de dicha
piel, así como de su transpiración. De este modo, la temperatura corporal mantiene su valor normal, permitiendo al
viajero desarrollar su actividad física. Los componentes del medio interno son regulados en función de la información
que brindan detectores de la actividad fisiológica de los aparatos respiratorio y circulatorio, así como de la epidermis.
Los equipos de control fisiológico han sido dotados de sondas que verifican casi todas las funciones orgánicas, sin
necesidad de introducir dispositivos accesorios en el interior de los tejidos orgánicos. Desde la actividad muscular y la
valoración de los niveles de glucosa y ácido láctico hasta el control de la actividad neurocortical, que suministra datos
precisos sobre el estado psíquico del sujeto, así como toda la gama de dinamismos biológicos, son registrados y
canalizados a través de casi 2,16.106 «túneles» o «redes» informativos. Un computador central las compara con
patrones estándar, dictando las respuestas motrices correspondientes. Este traje va provisto, en el rostro del
astronauta, de una ampliación -en forma troncocónica- que permite una visión natural o artificial. La base de dicho
tronco, abarcable desde el ojo con un ángulo de 130 grados sexagesimales, se encuentra a una distancia de 23
centímetros. Se trata en realidad de una pantalla que permite la visión artificial, en casos concretos del viaje. Va
provista en toda su superficie de unos 16 107 centros excitables, capaces de radiar individualmente, y con distintos
niveles de intensidad, todo el espectro magnético, entre 3,9 ∙ 1014 ciclos por segundo. La visión binocular se consigue
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