Caballo de Troya
J. J. Benítez
sacerdotales. Caifás era uno de ellos y supo ganarse a un importante grupo, que fue el que
asistió a la sesión matinal del «pequeño Sanedrín». Como ya cité, los saduceos -calificados en
los Hechos de los Apóstoles (5,17) como «el cerco del sumo sacerdote Caifás»- estaban en
abierta oposición a los fariseos, disfrutando de una «teología» y «código penal» propios. Si el
Tribunal hubiera estado constituido por una mayoría de fariseos, posiblemente las cosas
habrían sido muy distintas y Jesús habría terminado su vida apedreado o estrangulado. Pero la
muerte por crucifixión era mucho más vil y humillante que las dictadas por la ley mosaica y es
casi seguro que la mayoría saducea se inclinara por aquélla, apurando hasta el límite su odio
contra el impostor. Sin embargo, la duda seguía llameando en mi cerebro. ¿Por qué los
inquisidores sanedritas habían gritado y volverían a gritar frente a Poncio Pilato la pena de
crucifixión?
Sólo al tener cumplido conocimiento de las acusaciones que, en efecto, figuraban en uno de
los pergaminos que llevaba Caifás pude despejar la incógnita.
Antes, un hecho totalmente imprevisto me obligaría a cambiar los planes de Caballo de Troya