Caballo de Troya
J. J. Benítez
De pronto, por mi izquierda (aproximadamente con rumbo Este), distinguí un punto de luz
que se desplazaba por encima de la cumbre del Olivete. Venía derecho hacia nuestra posición y
con una trayectoria que, en principio, me pareció totalmente horizontal al suelo.
Atónito y medio tartamudeando presioné mi oído derecho:
-¡Eliseo...! ¡Lo estoy viendo...! ¡Hacia las nueve de mi posición!1... Trae rumbo Este... Pero,
por todos los diablos, ¿qué es eso?
La respuesta del módulo serviría para confirmar que no era víctima de una alucinación...
-Afirmativo -exclamó Eliseo, tan desconcertado como yo-. La pantalla de altura sigue
detectándolo a nivel 10... ¡Ahora acaba de sobrevolar la «cuna»!... Lo tengo «colimado»2...
¿Velocidad? ¡Es increíble!: no llega a las 60 millas por hora... Pero, ¿qué pasa?
La comunicación volvió a interrumpirse. Fueron segundos eternos...
Entretanto aquella «luz» había alcanzado nuestra vertical. ¡Y se detuvo!
¡Jasón! -apareció al fin mi compañero-. Jasón, ¿me recibes?
-Afirmativo -me apresuré a responderle-. Y lo tenemos sobre nuestras cabezas...
-Jasón, algo está ocurriendo en el radar. ¡Esa «cosa» está «blocándome»3... ¿ Se aprecia
descenso de nivel?
-Negativo -contesté sin perder de vista la «luz»-. Parece que sigue en estacionario.
Apenas si había terminado de transmitir estas palabras a Eliseo cuando, en décimas de
segundo, la «luz» efectuó una «caída» libre, inmovilizándose quizá a cincuenta o cien metros
sobre el calvero. Todo fue tan vertiginoso que no tuve tiempo de nada. Quedé paralizado. Y,
como yo, Juan Marcos y -supongo- todo cuanto se hallaba en derredor nuestro. Yo seguía
absolutamente consciente: veía y escuchaba, pero no acertaba a mover mis músculos. Mi
aparato locomotor no obedecía los impulsos de mi cerebro y de mi voluntad. Era inútil que
tratase de forzarlos. La proximidad de aquella «luz» circular, de un blanco superior al de la
soldadura autógena y potentísima, nos había inmovilizado. Durante los segundos que duró
aquello, sí pude oír la voz de mi compañero en el módulo que -sumamente preocupado- no
hacía otra cosa que llamarme... Pero, como digo, a pesar de mis esfuerzos, no podía articular
palabra alguna.
Casi al mismo tiempo que aquella masa luminosa -de más de cincuenta metros de diámetrohacía estacionario sobre el lugar, una especie de «cilindro» luminoso partió del centro del
«disco», iluminando a Jesús, las lastras de piedra y el terreno, en un radio aproximado de cinco
o seis metros. El Maestro, con la cara levantada, no parecía alarmado. Y siguió de rodillas...
Mi confusión no tenía límites. ¿Cómo era posible que el Nazareno no se sintiera tan aturdido
y atemorizado como yo?
Aquel miedo que me había invadido era compartido plenamente por mi joven compañero, a
juzgar por la postura en que había quedado. El fulminante descenso de la «luz» le había hecho
llevar sus brazos sobre la cabeza, en un movimiento reflejo de protección. Y así seguía, con el
cuerpo encogido y el rostro apuntando hacia la silenciosa masa luminosa...
No acierto a entender cómo llegó hasta allí, pero, casi en el instante mismo que el «cilindro»
de luz blanca tocó el calvero, una figura humana -eso me pareció al menos- surgió sobre la laja
de piedra, aproximándose inmediatamente al rabí. Estaba de espaldas a mí y, por supuesto, a
pesar de la cegadora luz que inundaba la zona, su estructura física tenía que ser sólida y
consistente. Una prueba de ello es que, al llegar a la altura del Maestro, lo ocultó con su
cuerpo.
El pavor, posiblemente, agudizó aún más los escasos sentidos que seguía controlando. Y
toda mi atención quedó polarizada en la figura de aquel ser. Era muy alto. Mucho más que
Jesús. Posiblemente alcanzase los dos metros y pico. No vestía como nosotros. Al contrario, su
3
A esa altura, el viento llevaba dirección 120 grados (Sureste) y unos 50 nudos de velocidad (alrededor de 100
kilómetros por hora) (N. del m.)
1
En el argot aeronáutico, a la izquierda del observador, tomando siempre las 12 horas de un reloj como el punto
frontal de observación. A las «tres» sería, por ejemplo, a la derecha.
2
Colimado»: Eliseo habla localizado y centrado el objeto en su panel de instrumentos.
3
El radar del módulo estaba siendo «silenciado» o inutilizado por otra posible emisión de radar o por alguna
interferencia electrónica procedente del objeto. (N. del m.)
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