Caballo de Troya
J. J. Benítez
»Estoy a punto de dejaros. Voy a mi Padre. Cuando os deje, tened cuidado de que ningún
hombre os engañe. Muchos vendrán como libertadores y llevarán a muchos por el mal camino.
Cuando oigáis rumores sobre guerras, no os consternéis. Aunque todo eso ocurra, el fin de
Jerusalén no habrá llegado aún. Tampoco debéis preocuparos cuando seáis entregados a las
autoridades civiles y seáis perseguidos por el evangelio...
Los apóstoles se miraron con el miedo reflejado en los semblantes.
-… Seréis despedidos de la sinagoga y hechos prisioneros por mi causa. Y algunos de
vosotros morirán. Cuando seáis llevados ante gobernadores y dirigentes será como testimonio
de vuestra fe y para que mostréis firmeza en el evangelio del reino. Y cuando estéis ante
jueces, no tengáis angustia de antemano sobre lo que debáis decir: el espíritu os enseñará en
ese mismo momento lo que debéis contestar a vuestros adversarios. En esos días de dolor,
incluso vuestros parientes, bajo la dirección de aquellos que han rechazado al Hijo del Hombre,
os entregarán a la prisión y a la muerte. Por cierto tiempo seréis odiados por mi causa pero,
incluso en esas persecuciones, no os abandonaré. Mí espíritu no os dejará desamparados. ¡Sed
pacientes! No dudéis que el evangelio del reino triunfará sobre todos los enemigos y, a su
tiempo, será proclamado por todas las naciones.
El Maestro guardó silencio mientras miraba a la ciudad. Y yo, sentado con los demás, quedé
maravillado ante la precisión de aquellas frases. Ciertamente, cuarenta años más tarde, cuando
las legiones de Tito cercaron y asolaron Jerusalén, ninguno de los apóstoles se hallaba en la
ciudad. De no haber sido advertidos por el Maestro. hubiera sido más que probable que
algunos, quizá, hubieran perecido o hechos prisioneros.
El silencio fue roto por Andrés:
-Pero Maestro, si la ciudad santa y el templo van a ser destruidos y si tú no estás aquí para
dirigirnos, ¿cuándo deberemos abandonar Jerusalén?
Jesús, entonces, procuró ser extremadamente claro y preciso:
-Podéis quedaros en la ciudad después de que yo me haya ido, incluso en esos tiempos de
dolor y amarga persecución. Pero, cuando finalmente veáis a Jerusalén rodeada por los
ejércitos romanos tras la revuelta de los falsos profetas, entonces sabréis que su desolación
está en puertas. Entonces debéis huir a las montañas. No dejéis que nadie os detenga ni
permitáis que otros entren. Habrá una gran tribulación. Serán los días de la venganza de los
gentiles. Cuando hayáis huido de la ciudad, esa gente desobediente caerá bajo el filo de las
espadas de los gentiles. Entretando os aviso: no os dejéis engañar. Si algún hombre viene a
deciros: «Mira, éste es el Libertador» o «Mira, aquí está él», no le creáis. Saldrán muchos falsos
maestros y otros serán llevados por el mal camino. No os dejéis engañar. Ya veis que os lo he
advertido de antemano.
¡Qué rotundas y proféticas sonaron aquellas palabras en mis oídos! Los apóstoles y
discípulos no podían sospechar siquiera la sublime realidad de aquella profecía. Para cualquiera
que haya estudiado, aunque sólo sea someramente, la aproximación de los ejércitos romanos a
Jerusalén poco antes de la luna llena de la primavera del año 70, la advertencia del Maestro
tiene que resultar lapidaria. Tal y como acababa de anunciar el Galileo, Israel se convertiría en
un infierno entre los años 66 y 70. En aquel tiempo, el partido de los zelotes o «fanáticos»,
armados hasta los dientes, terminaron por sublevar a toda la comunidad judía. En mayo del
año 66, la guarnición romana es arrollada, como consecuencia de la petición del procurador
Floro, que exigió 17 talentos del tesoro del Templo. Los judíos toman Jerusalén y prohíben el
sacrificio diario en honor al Emperador. Aquello colma la paciencia de Roma, que envía una
legión, a las órdenes del gobernador de Siria, Cestio Gallo. Pero las revueltas han encendido el
país y los romanos se ven obligados a retirarse.
La nación judía se prepara para la guerra v fortifica sus ciudades, siendo nombrado
generalísimo de sus ejércitos el que después sería historiador, Flavio Josefo.
Y, en efecto, Nerón confía tres legiones a Tito Flavio Vespasiano quien, acompañado de su
hijo Tito, cae sobre Galilea, machacándola. Pero Nerón se suicida y Tito Flavio tiene que
regresar precipitadamente a Roma. Su hijo se encargaría de ultimar la gran venganza de Roma.
Los hebreos quedan sobrecogidos al ver pasar hacia Jerusalén miles de soldados,
pertenecientes a las legiones 5.ª, 10.ª, 12.ª y 15.ª, a acompañados de fuerzas de caballería y
tropas auxiliares, así como un pesado equipo de asalto y demolición. En total: 80000 hombres
que -tal y como profetizó Jesús en el año 30- fueron tomando Posiciones y cercando la ciudad
santa. Jerusalén, repleta de peregrinos, se ve sometida a fuertes tensiones internas, a la locura
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