Caballo de Troya
J. J. Benítez
me cansaré de repetir este aspecto de la cuestión. En los Evangelios que yo había estudiado, en
ningún momento se habla de ello y, sinceramente, a cualquiera con sentido común y un mínimo
de información sobre lo que estaba sucediendo en aquellas últimas semanas, no se le hubiera
podido pasar por alto que dicha «maniobra» fue una jugada maestra por parte del Galileo.
Como se dice en nuestro tiempo, «mató varios pájaros de un solo tiro».
Al comprobar que Jesús de Nazaret se ofrecía gustosamente al diálogo, aproveché la ocasión
y le pregunté su opinión sobre aquella tarde.
-He estado en medio del mundo y me he revelado a ellos en la carne. Les he encontrado a
todos borrachos. No he encontrado a ninguno sediento. Mi alma sufre por los hijos de los
hombres, porque están ciegos en su corazón; no ven que han venido vacíos al mundo e
intentan salir vacíos del mundo. Ahora están borrachos. Cuando vomiten su vino, se
arrepentirán...
-Esas son palabras muy duras -le dije-. Tan duras como las que pronunciaste sobre el
Olivete, a la vista de Jerusalén...
-Tal vez los hombres piensan que he venido para traer la paz al mundo. No saben que estoy
aquí para echar en la tierra división, fuego, espada y guerra... Pues habrá cinco en una casa:
tres contra dos y dos contra tres; el padre contra el hijo y el hijo contra el padre. Y ellos
estarán solos.
-Muchos, en mi mundo -añadí procurando que mis palabras no resultaran excesivamente
extrañas para Lázaro- podrían asociar esas frases tuyas sobre el fin de Jerusalén como el fin de
los tiempos. ¿Qué dices a eso?
-Las generaciones futuras comprenderán que la vuelta del Hijo del Hombre no llegará de la
mano del guerrero. Ese día será inolvidable: después de la gran tribulación -como no la hubo
desde el principio del mundo- mi estandarte será visto en los cielos por todas las tribus de la
tierra. Esa será mi verdadera y definitiva vuelta: sobre las nubes del cielo, como el relámpago
que sale por el oriente y brilla hasta el occidente...
-¿Qué será la gran tribulación?
-Vosotros podríais llamarlo un «parto de toda la Humanidad...»
Jesús no parecía muy dispuesto a revelarme detalles.
-Al menos, dinos cuándo tendrá lugar.
-De aquel día y de aquella hora, nadie sabe. Ni los ángeles ni el Hijo. Sólo el Padre.
Únicamente puedo decirte que será tan inesperado que a muchos les pillará en mitad de su
ceguera e iniquidad.
-Mi mundo, del que vengo -traté de presionarle-, se distingue precisamente por la confusión
y la injusticia...
-Tu mundo no es mejor ni peor que éste. A ambos sólo les falta el principio que rige el
universo: el Amor.
-Dame, al menos, una señal para que sepamos cuándo te revelarás a los hombres por
segunda vez...
-Cuando os desnudéis sin tener vergüenza, toméis vuestros vestidos, los pongáis bajo los
pies como los niños y los pateéis, entonces veréis al hijo del Viviente y no temeréis.
Lázaro, afortunadamente, seguía identificando «mi mundo» con Grecia. Eso me permitió
seguir preguntando al Maestro con un cierto margen de amplitud.
-Entonces -repuse- mi mundo está aún muy lejos de ese día. Allí, los hombres son enemigos
de los hombres y hasta del propio Dios...
Jesús no me dejó seguir.
-Estáis entonces equivocados. Dios no tiene enemigos.
Aquella rotunda frase del Nazareno me trajo a la memoria muchas de las creencias sobre un
Dios justiciero, que condena al fuego del infierno a quienes mueren en pecado. Y así se lo
expuse.
Cristo sonrió, moviendo la cabeza negativamente.
-Los hombres son hábiles manipuladores de la Verdad. Un padre puede sentirse afligido ante
las locuras de un hijo, pero nunca condenaría a los suyos a un mal permanente. El infierno -tal
y como creen en tu mundo- significaría que una parte de la Creación se le ha ido de las manos
al Padre... Y puedo asegurarte que creer eso es no conocer al Padre.
-¿Por qué hablaste entonces en cierta ocasión del fuego eterno y del rechinar de dientes?
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