Caballo de Troya
J. J. Benítez
era también el hombre más humillado, silencioso y desilusionado. Tristemente, no se
recuperaría de aquel «golpe» hasta mucho después de la resurrección del Maestro.
Con los gemelos Alfeos no existió problema alguno. Para ellos, despreocupados y bromistas,
fue un día perfecto. Disfrutaron intensamente y guardaron aquella experiencia «como el día que
más cerca estuvieron del cielo». Su superficialidad evitó que germinara en ellos la tristeza.
Sencillamente, aquella tarde culminaron todas sus aspiraciones.
En cuanto a Judas Iscariote, nunca llegué a saber con exactitud cuáles fueron sus verdaderos
sentimientos. En algunos momentos me pareció notar en su rostro signos evidentes de
desacuerdo y repulsión. Es posible que todo aquello le pareciese infantil y ridículo. Como los
griegos y romanos, consideraba grotesco y despreciable a todo aquel que consintiese cabalgar
sobre un asno. No creo equivocarme si deduzco que Judas estuvo a punto de abandonar allí ~
al grupo. Pero posiblemente le frenó el hecho de ser el «administrador» de los bienes. Eso
significaba una permanente posibilidad de disponer de dinero y Judas sentía una especial
inclinación por el oro.
Quizá uno de los momentos más dramáticos para el vengativo Judas fue poco antes de llegar
a las murallas de Jerusalén. De pronto, un importante saduceo -amigo de la familia de Jesússe acercó a él y, dándole una palmadita en la espalda, le, dijo: «¿Por qué ese aspecto de
desconcierto, mi querido amigo? Anímate y únete a nosotros, mientras aclamamos a este Jesús
de Nazaret, el rey de los judíos, mientras entra por las puertas de la ciudad a lomos de un
burro.»
Aquella burla debió de herirle en lo más profundo. Judas no podía soportar aquel sentimiento
de vergüenza. Esa pudo ser otra razón de peso para acelerar su plan de venganza contra el
Maestro. El apóstol tenía tan incrustado el sentido del ridículo que allí mismo se convirtió en un
desertor.
Salvo muy contadas excepciones, los discípulos de Cristo demostraron en aquel histórico
acontecimiento -a pesar de sus tres largos años de aprendizaje y convivencia con el Mesíasque no habían entendido nada de nada.
Comprendí y respeté el duro silencio de Jesús, a la cabeza de aquellos hombres hundidos y
perplejos. Se hallaba a un paso de la muerte y ninguno parecía captar su mensaje...
3
DE
ABRIL,
LUNES
Según mis noticias, fueron muy pocos los discípulos que lograron conciliar el sueño en
aquella noche del domingo al lunes, 3 de abril. Salvo los gemelos, el resto permaneció
rumiando sus pensamientos. Aquellos galileos se hallaban tan fuera de sí que ni siquiera
establecieron los habituales turnos de guardia a las puertas de la casa de Simón, donde se
alojaban Jesús, Pedro y Juan.
Al despedirse, cada uno siguió en silencio hacia sus respectivos refugios.
El rabí tampoco despegó los labios. Por supuesto, debía conocer el estado de ánimo de sus
amigos y, posiblemente, con el objeto de evitar mayores tensiones, prefirió cenar en la casa de
Lázaro. A pesar de lo avanzado de la hora, Marta y María se desvivieron nuevamente por
atendernos. Lavaron nuestras manos y pies y, en compañía de su hermano, comimos algo de
queso y fruta. Ni el Maestro ni yo sentíamos demasiado apetito. Durante un buen rato, Jesús
permaneció encerrado en un hermético mutismo, con sus ojos fijos en las rojizas y ondulantes
llamas de la chimenea.
Antes de que se retirara a descansar, le rogué a Mar