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Caballo de Troya J. J. Benítez empedrar y sumidas en un pestilente olor, mezcla de aceite quemado, guisotes y orines arrojados al centro de las vías- se hacinaban miles de viviendas, casi todas de una sola planta y con las paredes desconchadas. Pero el grupo, encabezado siempre por Jesús, evitó aquellas incómodas y oscuras callejas, dirigiendo sus pasos por una de las calzadas más anchas de esta parte baja de Jerusalén. Ante mi sorpresa, entramos de pronto en una calle de casi ocho metros de ancho, perfectamente empedrada, que desembocaba junto a la piscina de Sibé. Las antorchas y lucernas -estratégicamente situadas sobre los muros de las casasempezaban ya a alumbrar la noche de la ciudad santa. Sin embargo, y a pesar de las súbitas tinieblas, el tráfico de peatones era incesante. A las puertas de los edificios de aquella calle, de más de doscientos metros de longitud, observé numerosos artesanos, enfrascados por entero en sus labores o en inter ֖