grupos más le-janos, el orador victorioso se contentó con añadir las si-guientes
consideraciones:
Ya veis, valerosos yanquis, que yo no he hecho más que desflorar una cuestión de tanta
trascendencia. No he venido aquí a dar lecciones, ni a sostener una tesis so-bre tan vasto
objeto. Omito otros varios argumentos en pro de la habitabilidad de los mundos.
Permitidme, no obstante, insistir en un solo punto. A los que sostienen que los planetas no
están habitados, es preciso respon-derles: Es posible que tengáis razón, si se demuestra que
la Tierra es el mejor de los mundos posibles, to que no está demostrado, diga Voltaire to
que quiera. Ella no tie-ne más que un satélite, al paso que Júpiter, Urano, Satur-no y
Neptuno tienen varios que les están subordinados, to que constituye una ventaja que no es
despreciable. Pero to que principalmente hace nuestro globo poco có-modo, es la
inclinación de su eje sobre su órbita, de to que procede la desigualdad de los días, y las
noches y la molesta diversidad de estaciones. En nuestro desventu-rado esferoide hace
siempre demasiado calor o demasia-do frío: en él nos helamos en invierno y nos abrasamos
en verano, es el planeta de los reumatismos, de los res-friados y de las fluxiones, al paso
que en la superficie de Júpiter, por ejemplo, cuyo eje está muy poco inclinado,(1) los
habitantes podrían gozar de temperaturas invaria-bles, pues si bien hay a11í la zona de las
primaveras, la de los veranos, la de los otoños y la de los inviernos, cada uno podría
escoger el clima que más le conviniese y po-nerse durante toda su vida al abrigo de las
variaciones de la temperatura. No tendréis ningún inconveniente en convenir conmigo en
esta superioridad de Júpiter sobre nuestro planeta, sin hablar de sus años, de los cuales cada
uno vale por doce de los nuestros. Es, además, evidente para mí que, bajo estos auspicios y
en condiciones de existencia tan maravillosas, los habitantes de aquel mundo afortunado
son seres superiores, que en él los sa-bios son más sabios, los artistas más artistas, los
malos menos malos y los buenos mucho mejores. ¡Ay! ¿Qué le falta a nuestro esferoide
para alcanzar esta perfección? Muy poca cosa, un eje de rotación menos inclinado so-bre el
plano de su órbita.
1. La inclinación de Júpiter sobre su eje no es más que de 3° 5'
¿Nada más? exclamó una voz imperiosa . Pues unamos nuestros esfuerzos,
inventemos máquinas y en-derecemos el eje de la Tierra.
Una salva de aplausos sucedió a esta proposición, cuyo autor era y no podía ser más que J.
T. Maston. Es probable que el fogoso secretario hubiese sido arrastra-do a tan atrevida
proposición por sus instintos de inge-niero. Pero, a decir verdad, muchos le aplaudieron de
buena fe, y si hubieran tenido el punto de apoyo recla-mado por Arquímedes, los
americanos hubieran cons-truido una palanca capaz de levantar el mundo y endere-zar su
eje. ¡El punto de apoyo! He aquí to único que faltaba a aquellos temerarios mecánicos.
Con todo, una idea tan eminentemente práctica al-canzó un éxito extraordinario. Se
suspendió la discu-sión por espacio de un cuarto de hora, y durante mucho, muchísimo
tiempo, se habló en los Estados Unidos de América de la proposición tan enérgicamente
formulada por el secretario perpetuo del Gun Club.