casa, jovial, familiar, amable. Respondió con un gracioso saludo a los hurras con que le
acogie-ron; reclamó silencio con un ademán; tomó la palabra en inglés, y se expresó muy
correctamente en los siguientes términos:
Señores dijo , a pesar del calor que hace aquí den-tro, voy a abusar de vuestro tiempo
para daros algunas explicaciones acerca de proyectos que parece que os in-teresan. Yo no
soy un orador, ni un sabio, ni creía tener que hablar en público; pero mi amigo Barbicane
me ha dicho que os gustaría oírme, y cedo a sus súplicas. Oíd-me, pues, con vuestros
seiscientos mil oídos, y perdonad las muchas faltas del autor.
Este exordio, tan a la buena de Dios, gustó mucho a los concurrentes, y to demostraron con
un inmenso murmullo de satisfacción.
Señores dijo , podéis aprobar o desaprobar, se-gún mejor os parezca, y empiezo. En
primer lugar no ol-vidéis que el que os habla es un ignorante, pero de una ignorancia tal,
que hasta ignora las dificultades. Así es que, eso de irse a la Luna metido en un proyectil, le
ha parecido la cosa más sencilla, más fácil y más natural del mundo. Tarde o temprano
había de emprenderse este viaje, y en cuanto al género de locomoción adoptado, no hago
más que seguir sencillamente la ley del progreso. El hombre empezó por andar a gatas,
luego utilizó los pies, enseguida viajó en carro, después en coche, más adelante en barco,
posteriormente en diligencia, y, por último, en ferrocarril. Pues bien, el proyectil es el
medio de locomoción del porvenir, y todo bien considerado, los planetas no son otra cosa,
no son más que balas de cañón disparadas por la mano del Creador. Pero volva-mos a
nuestro vehículo. Algunos de vosotros, señores, creéis que la velocidad que se le va a dar es
excesiva. Los que así opinan están en un error. Todos los astros le ex-ceden en rapidez, y la
Tierra misma, en su movimiento de traslación alrededor del Sol, nos arrastra a una
veloci-dad tres veces mayor. Pondré algunos ejemplos, y sólo os pido que me permitáis
contar por leguas, porque las medidas americanas me son poco familiares, y podría incurrir
en algún error en mis cálculos.
La demanda pareció muy justa y no tropezó con ninguna dificultad. El orador prosiguió:
Voy, señores, a ocuparme de la velocidad de dife-rentes planetas. Confieso, aunque
parezca falta de mo-destia, que, no obstante mi ignorancia, conozco muy bien este
insignificante pormenor astronómico; pero an-tes de dos minutos sabréis todos acerca del
particular tanto como yo. Sabed, pues, que Neptuno recorre 5.000 leguas por hora; Urano,
7.000; Saturno, 8.858; Júpiter, 11.575; Marte, 22.011; la Tierra, 27.500; Venus, 32.190;
Mercurio, 52.250; ciertos cometas 1.400.000 leguas en su perigeo. En cuanto a nosotros,
verdaderos haraganes, que tenemos siempre poca prisa, nuestra velocidad no pasa de 9.900
leguas, y disminuirá incesantemente. Y ahora pregunto si no es evidente que todas esas
veloci-dades serán algún día sobrepasadas por otras, de las cua-les serán probablemente la
luz y la electricidad los agen-tes mecánicos.
Nadie puso en duda esta afirmación de Michel Ardan.
Amados oyentes míos prosiguió , si nos dejáse-mos convencer por ciertos talentos
limitados (no quiero calificarlos de otra manera), la humanidad estaría ence-rrada en un