echada en el fondo de un puertecillo natural formado por la de-sembocadura del río
Hillisboro.
Allí fondeó el Tampico el 22 de octubre, a las siete de la tarde, y los cuatro pasajeros
desembarcaron inmedia-tamente.
Barbicane sintió palpitar con violencia su corazón al pisar la tierra floridense; parecía
tantearla con el pie, como hace un arquitecto con una casa cuya solidez de-sea conocer; J.
T. Maston escarbaba el suelo con su mano postiza.
Señores dijo Barbicane , no tenemos tiempo que perder; mañana mismo montaremos a
caballo para em-pezar a recorrer el país.
Barbicane, en el momento de saltar a tierra, vio que le salían al encuentro los 3.000
habitantes de la ciudad de Tampa. Bien merecía este honor el presidente del Gun-Club, que
les había dado la preferencia. Fue acogido con formidables aclamaciones; pero él se
sustrajo a la ovación, se encerró en una habitación del hotel Franklin y no quiso recibir a
nadie. Decididamente, no se avenía su carácter con el oficio de hombre célebre.
Al día siguiente, 23 de octubre, algunos caballos de raza española, de poca alzada, pero de
mucho vigor y brío, relinchaban debajo de sus ventanas. Pero no eran cuatro, sino
cincuenta, con sus correspondientes jinetes. Barbicane, acompañado de sus tres camaradas,
bajó y se asombró de pronto, viéndose en medio de aquella cabal-gata. Notó que cada jinete
llevaba una carabina en la bandolera y un par de pistolas en el cinto. Un joven flo-ridense le
explicó inmediatamente la razón que había para aquel aparato de fuerzas.
Señor dijo , hay semínolas.
¿Qué son semínolas?
Salvajes que recorren las praderas, y nos ha pareci-do prudente escoltaros.
¡Bah!
dijo desdeñosamente J. T. Maston montan-do a caballo.
Siempre es bueno
Señores
respondió el floridense
tomar precauciones.
repuso Barbicane , os agradezco vuestra atención; partamos.
La cabalgata se puso en movimiento y desapareció en una nube de polvo. Eran las cinco de
la mañana; el sol resplandecía ya, y el termómetro señalaba 84°,(1) pero frescas brisas del
mar moderaban la excesiva tempera-tura.
Barbicane, al salir de Tampa, bajó hacia el Sur y si-guió la costa, ganando el creek(2) de
Alifia. Aquel arroyo desagua en la bahía de Hillisboro, doce millas al sur de Tampa.
Barbicane y su escolta costearon la orilla dere-cha, remontando hacia el Este. Las olas de la
bahía desaparecieron luego detrás de un accidente del terreno, y únicamente se ofreció a su
vista la campiña.