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más a11á del paralelo 28. Mirad el mapa y veréis que tenemos a nuestra disposición, sin salir de nuestro país, toda la parte meridional de Tejas y de Florida. El incidente no tuvo consecuencias, si bien a J. T. Maston le costó no poco dejarse convencer. Se decidió fundir el columbiad en el suelo de Tejas o en el de Flo-rida. Pero esta decisión debía crear una rivalidad sin ante-cedentes entre las ciudades de estos dos Estados. En la costa americana, el paralelo 28 atraviesa la pe-nínsula de Florida y la divide en dos partes casi iguales. Después, cruzando el golfo de México, se apoya en los extremos del arco formado por las costas de Alabama, Mississippi y Luisiana. Entonces, abordando Tejas, de la que corta un ángulo, se prolonga por México, salva So-nora, pasa por encima de la antigua California y se pier-de en los mares del Pacífico. Situadas debajo de este pa-ralelo, no había más que las porciones de Tejas y Florida que se hallasen en las condiciones de latitud recomen-dadas por el observatorio de Cambridge. En su parte meridional, Florida, erizada de fuertes levantados contra los indios nómadas, no tiene ciudades de importancia. Tampa es la única población que por su situación merece tenerse en cuenta. En Tejas las ciudades son más numerosas a impor-tantes. Corpus Christi, en el distrito de Nueces, y todas las poblaciones situadas en el río Bravo: Laredo, Reali-tos, San Ignacio, Webb, Roma, Río Grande City, Pharr, Edimburgo, Hidalgo, Santa Rita, Panda, Brownsville, La Feria y San Manuel formaron contra las pretensiones de Florida una liga imponente. Los diputados tejanos y floridenses, apenas cono-cieron la decisión, se trasladaron a Baltimore por el ca-mino más corto, y desde entonces el presidente Barbica-ne y los miembros más influyentes del Gun Club se vieron día y noche asediados por formidables reclama-ciones. Con menos afán se disputaron siete ciudades de Grecia la gloria de haber sido la cuna de Homero que el Estado de Tejas y el de Florida la de ver fundir un cañón en su regazo. Aquellos feroces hermanos recorrían armados las ca-lles de Baltimore. Era inminente un conflicto de incalcu-lables consecuenc