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trescientas cincuenta y cuatro horas y un ter-cio. Afortunadamente para ella, el hemisferio que mira al globo terrestre está alumbrado por éste con una inten-sidad igual a la luz de catorce Lunas. En cuanto al otro hemisferio, siempre invisible, tiene, como es natural, trescientas cincuenta y cuatro horas de una noche abso-luta, algo atemperada por la pálida claridad que cae de las estrellas. Este fenómeno se debe únicamente a que los movimientos de rotación y traslación se verifican en un período de tiempo rigurosamente igual, fenómeno común, según Cassini y Hers, a los satélites de Júpiter y muy probablemente a todos los otros. Algún individuo muy aplicado, pero algo duro de mollera, no comprendía fácilmente que si la Luna pre-sentaba invariablemente la misma faz a la Tierra durante su traslación, fuese esto debido a que en el mismo perío-do de tiempo describía una vuelta alrededor de sí misma. A esto se le decía: Vete al comedor, da una vuelta alrededor de la mesa mirando siempre su centro, y cuando hayas con-cluido o paseo circular, habrás dado una vuelta alrede-dor de ti mismo, pues que tu vista habrá recorrido suce-sivamente todos los puntos del comedor. Pues bien, el comedor es el Cielo, la mesa es la Tierra y tú eres la Luna. Y los más reacios quedaban encantados de la compa-ración. Tenemos, pues, que la Luna presenta incesantemen-te el mismo hemisferio a la Tierra, si bien, para ser más exactos, debemos añadir que, a consecuencia de cierto balance y bamboleo del Norte al Sur y del Oeste al Este llamado libración, se deja ver un poco más de la mitad de su disco, o sea cincuenta y siete centésimas partes de él aproximadamente. Luego que los ignorantes por to que atañe al movi-miento de rotación de la Luna supieron tanto como el director del observatorio de Cambridge, se ocuparon de su movimiento de traslación alrededor de la Tierra, y veinte revistas científicas les instruyeron inmediatamen-te. Entonces supieron que el firmamento, con su infini-dad de estrellas, puede considerarse como un vasto cua-drante por el que la Luna se pasea indicando la hora verdadera a todos los habitantes de la Tierra. Supieron también que en este movimiento el astro de la noche presenta sus diferentes fases; que la Luna es llena cuando se halla en oposición con el Sol, es decir, cuando los tres astros se hallan sobre la misma línea, estando la Tierra en medio; que la Luna es nueva cuando se halla en conjun-ción con el Sol, es decir, cuando se halla entre la Tierra y él, y, por fin, que la Luna se halla en su primero o su úl-timo cuarto cuando forma con el Sol y la Tierra un án-gulo recto del cual ocupa el vértice. Algunos yanquis perspicaces deducían entonces la consecuencia de que los eclipses no pueden reproducir-se sino en las épocas de conjunción o de oposición, y raciocinaban perfectamente. En conjunción, la Luna puede eclipsar al Sol, al paso que en oposición es la Tie-rra quien puede eclipsar a la Luna, y si estos eclipses no sobrevienen dos veces al mes, se debe a que el plano en que se mueve la Luna está inclinado sobre la eclíptica, o en otros términos, sobre el plano en que se mueve la Tierra.